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((**Es1.66**) y Juan. Pero en estas circunstancias mantenía una actitud de reserva para con él y, sin hacer alusión alguna a cuanto había sucedido, no le dirigía la palabra durante todo el día. Pasadas algunas horas, las más de las veces al anochecer, Antonio se le acercaba y le decía: -Mamá, qué le pasa? -Déjame tranquila, respondía mamá Margarita; ahora me encuentro demasiado inquieta para hablar. Deja que me tranquilice y mañana te lo diré.-La noche es madre de buenos consejos y por la mañana Antonio se presentaba a Margarita y le decía: -íPerdóneme, mamá! -Y cómo juzgas lo que sucedió ayer? -Es que los otros me incitaron, ellos me ofendieron. Yo quiero que me respeten. Comenzaron ellos. -íBasta! Si es así, íbasta! Y me pides que te perdone? -íTenía yo la razón! -La razón? Admitamos que tú tuvieras la razón al principio y en todo el asunto; pero debes comprender, al menos, que hiciste mal con tus modos; tú no debes tomarte la justicia por tu cuenta. Y por otro lado, la culpa no estaba sólo en los otros: también tú tienes tu parte. Confiesa tu parte de culpa, reconoce dónde está tu error y promete corregirte. Sólo entonces podré creer que estás arrepentido.-Antonio, ante las serenas palabras de la madre, solía responder: -Sí, estoy arrepentido, reconozco mi culpa y no volveré a hacerlo. ((**It1.62**)) -Está bien, respondía entonces la madre, te perdono. -Y le sonreía tan afablemente, que Antonio recobraba toda su alegría. Sucedía también, a veces, que Antonio no quería reconocer su culpa y despechado se retiraba refunfuñando. Margarita esperaba pacientemente hasta la noche, hasta la hora de rezar las oraciones. Antonio se quedaba enfadado en un rincón, solo. Margarita, temiendo que no se acercara a rezar las oraciones con todos, iba a buscarlo amablemente, le tomaba de la mano y le decía: -Has pensado en lo que te dije? -Antonio, alzando los hombros y tratando de desasirse de la madre, insistía en que él tenía la razón. Entonces Margarita cambiaba de tema, le exhortaba a rezar al Señor para que le bendijera y le llevaba por un brazo hasta donde estaban los otros esperando, con la paciencia que es de imaginar, sin enojo, sin violencia, y aduciendo siempre razones persuasivas. Le costaba, pero al fin lograba hacerle ponerse de rodillas, aunque a cierta distancia de los demás. A veces, para ablandarlo, Margarita empleaba alguna broma, decía una agudeza o un chiste, y Antonio iniciaba una sonrisa. Entonces(**Es1.66**))
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