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y Juan. Pero en estas circunstancias mantenía una
actitud de reserva para con él y, sin hacer
alusión alguna a cuanto había sucedido, no le
dirigía la palabra durante todo el día. Pasadas
algunas horas, las más de las veces al anochecer,
Antonio se le acercaba y le decía:
-Mamá, qué le pasa?
-Déjame tranquila, respondía mamá Margarita;
ahora me encuentro demasiado inquieta para hablar.
Deja que me tranquilice y mañana te lo diré.-La
noche es madre de buenos consejos y por la mañana
Antonio se presentaba a Margarita y le decía:
-íPerdóneme, mamá!
-Y cómo juzgas lo que sucedió ayer?
-Es que los otros me incitaron, ellos me
ofendieron. Yo quiero que me respeten. Comenzaron
ellos.
-íBasta! Si es así, íbasta! Y me pides que te
perdone?
-íTenía yo la razón!
-La razón? Admitamos que tú tuvieras la razón
al principio y en todo el asunto; pero debes
comprender, al menos, que hiciste mal con tus
modos; tú no debes tomarte la justicia por tu
cuenta. Y por otro lado, la culpa no estaba sólo
en los otros: también tú tienes tu parte. Confiesa
tu parte de culpa, reconoce dónde está tu error y
promete corregirte. Sólo entonces podré creer que
estás arrepentido.-Antonio, ante las serenas
palabras de la madre, solía responder: -Sí, estoy
arrepentido, reconozco mi culpa y no volveré a
hacerlo. ((**It1.62**))
-Está bien, respondía entonces la madre, te
perdono. -Y le sonreía tan afablemente, que
Antonio recobraba toda su alegría.
Sucedía también, a veces, que Antonio no quería
reconocer su culpa y despechado se retiraba
refunfuñando. Margarita esperaba pacientemente
hasta la noche, hasta la hora de rezar las
oraciones. Antonio se quedaba enfadado en un
rincón, solo. Margarita, temiendo que no se
acercara a rezar las oraciones con todos, iba a
buscarlo amablemente, le tomaba de la mano y le
decía: -Has pensado en lo que te dije? -Antonio,
alzando los hombros y tratando de desasirse de la
madre, insistía en que él tenía la razón. Entonces
Margarita cambiaba de tema, le exhortaba a rezar
al Señor para que le bendijera y le llevaba por un
brazo hasta donde estaban los otros esperando, con
la paciencia que es de imaginar, sin enojo, sin
violencia, y aduciendo siempre razones
persuasivas. Le costaba, pero al fin lograba
hacerle ponerse de rodillas, aunque a cierta
distancia de los demás. A veces, para ablandarlo,
Margarita empleaba alguna broma, decía una agudeza
o un chiste, y Antonio iniciaba una sonrisa.
Entonces(**Es1.66**))
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