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CAPITULO VII
REPRENSIONES -PRUDENTE PACIENCIA DE UNA MADRE
-TRIUNFOS DEL AMOR MATERNO.
NO era Margarita una mujer que levantase la voz
para reprender a sus hijos, que se irritase al
corregirlos o tomase decisiones para desahogar su
enfado. Mostrábase siempre tranquila, siempre
afable, siempre sonriente, nunca con ceño sombrío.
Los hijos sabían cuánto les quería y correspondían
con un amor que parecía alcanzar el máximo límite
posible. No obstante, la buena madre no dejaba de
avisar y reprender oportuna y constantemente.
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Margarita, si bien estaba dotada de un carácter
dulce, no era débil; y estaban persuadidos los
hijos de que, si se obstinaran en una falta, ella
no dudaría en recurrir al castigo. No había
renunciado a su derecho a imponer el castigo;
símbolo del mismo era la vara colocada en un
rincón ((**It1.58**)) de la
habitación. Pero jamás la usó, ni dio un pescozón
a sus hijos.
Se servía, más bien, de industrias muy
personales, que, empleadas con prudencia, lograban
efectos admirables en corazones acostumbrados a
obedecer. Tenía Juan solamente cuatro años, cuando
al regresar un día del campo con su hermano José,
muertos ambos de sed, pues era durante los calores
del verano, la madre sacó agua y la ofreció en
primer lugar a José. Juan creyó ver en aquel gesto
una preferencia; cuando su madre se le acercó con
el agua, él, un tanto puntilloso, hizo como que no
la quería. La madre, sin decir palabra,
1 Prov., XIII, 24; XXII, 15; XXIX, 15.(**Es1.63**))
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