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santos. Algún buen anciano de Capriglio solía leer
sus páginas a la familia reunida los domingos por
la tarde, en el establo en invierno o en la era
bajo el emparrado en verano y otoño. Gracias a
esto, mamá Margarita recordaba muchos ejemplos
sacados de la Sagrada Escritura y de la vida de
los santos, sobre los premios que el Señor otorga
a los hijos obedientes y los castigos que inflige
a los desobedientes; y con frecuencia los contaba
a sus hijitos, despertando hábilmente su
curiosidad y manteniendo viva la atención. De
manera especial sabía describir, con rasgos vivos,
la infancia del divino Salvador, siempre obediente
a su Santísima Madre, y presentarlo como modelo de
humildad a los niños.
Todos saben lo ávidos de cuentos que son los
pequeños y cuánta
impresión producen en sus almas. De este modo,
Margarita se adueñaba de la voluntad de sus hijos
y más tarde de la de sus nietos; tanto, que una
sola palabra suya era obedecido con prontitud con
amor indecible. Si necesita un peuqeño servicio,
como recoger leña, ir por agua, procurar un poco
de hierba o paja para los animales, limpiar el
suelo, bastaba que lo indicara a uno de ellos para
que corriera también el otro.
Así había logrado de sus hijos dos cosas, que a
muchos padres y madres parecerían muy difíciles.
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No quería de ningún modo que se juntaran, sin su
consentimiento, con personas que no conocieran; ni
que salieran de casa sin haber pedido antes
permiso. A veces se dirigían a ella diciendo:
-Mamá, ha llegado fulano y nos llama: podemos ir a
jugar con él?- Si respondía que sí, iban alegres a
divertirse y a correr por la colina. Algunas veces
contestaba con un no rotundo, y entonces no se
atrevían ni siquiera a asomarse a la puerta, pero
se quedaban igual de contentos en casa y, hablando
en voz baja, se divertían con los juegos que ellos
mismos se habían fabricado o que su madre les
había comprado en el mercado. A veces, la madre se
iba al campo y los dejaba en casa. Si los vecinos
les preguntaban por que no salían en un día de sol
tan hermoso o por qué estaban tan quietos y
buenecitos, ellos respondían: -Para no disgustar a
mamá.
Acostumbrados a obedecer por amor, la madre
podía estar tranquila
cuando se veía obligada a acudir al mercado de
Castelnuovo, los jueves, para proveer a las
necesidadeds de la familia y vender los productos
del campo o del gallinero, o para comprar tela,
prendas y otros objetos de uso doméstico. Con
todo,,apreciaba en su justo valor la inocencia de
sus hijos y sabía que el menor soplo de mal basta
para empañarla. Por eso, antes de salir, además de
darles los(**Es1.60**))
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