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años, respondían con la misma sencillez y
confianza que cuando eran niños.
Al mismo Juan, siendo ya sacerdote, no dejaba
de prodigarle sus advertencias. Cuando llegaba a
casa, en la aldea, a hora avanzada, después de dar
una misión fatigosa por los pueblos vecinos;
cuando volvía cansado y sudoroso de un largo
viaje; o cuando, ya en el Oratorio, entraba en su
habitación cargado de sueño, después de haber
predicado y confesado todo el día, y comenzaba a
quitarse la ropa, su madre le detenía y
preguntaba: -Has dicho ya las oraciones?- El hijo,
que ya las había recitado, sabedor del consuelo
que proporcionaba a su madre, respondía: -íVoy a
rezarlas enseguida!- Y añadía ella: -Porque mira:
estudia tus latines, aprende toda la teología que
quieras; pero no olvides que tu madre sabe más que
tú: sabe que debes rezar.-El hijo se arrodillaba y
mamá Margarita, mientras tanto, daba vueltas en
silencio por la habitación, despabilaba el candil,
arreglaba la almohada, abría la cama y, cuando el
hijo había terminado de rezar, salía sin añadir
palabra.
Se podría objetar que se trataba de una
pretensión inoportuna e indiscreta. Pero yo creo
no equivocarme afirmando que en aquel momento la
buena Margarita gozaba pensando cómo, después de
tantos años, sus hijos eran para ella los mismos
de otros tiempos, sencillos, sumisos, respetuosos.
íCuántas madres en nuestros días no se ven
reconocidas como tales por sus hijos irrespetuosos
que, llega dos a mayores de edad, les niegan todo
gesto de respeto y deferencia! íCuántas tienen que
llorar al verse despreciadas, ridiculizadas,
insultadas por hijos desnaturalizados, que emplean
con ellas los modales y los aires de un amo!
Margarita, ((**It1.48**)) en
cambio, al poder repetir a sus hijos las mismas
palabras que les dirigía cuando eran niños cada
noche, al verlos tan obsequiosos a sus avisos, se
daba cuenta de que seguía siendo para ellos la
misma de siempre. Pasaban los años, pero no pasaba
la alegría de la niñez. Margarita, que poseía un
corazón sensible y delicado, se retiraba muchas
veces a su cuarto enjugando las lágrimas de
alegría que brillaban en sus ojos. Las lágrimas de
alegría que un hijo hace brotar de los ojos de su
madre son más preciosas a la vista de Dios que
todas las perlas de los mares de Oriente; y <> 1.
Pero, además de la instrucción religiosa y de
las oraciones, Margarita empleaba otro medio de
educación, que era el trabajo. No podía soportar
que sus hijos estuvieran ociosos y los adiestraba
con
1 Eclesiástico, 111, 4.(**Es1.56**))
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