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funciones parroquiales, constituyen su norma
constante, interpretada por su amor de madre
cristiana y facilitada por los ejemplos
persuasivos de sus virtudes.
El hijo reproduce en sí mismo a su madre; por
eso veremos resplandecer en él su fe, su pureza,
su amor a la oración, su paciencia, su intrepidez,
su constancia, su confianza en el Señor; el celo
por la
salvación de las almas, la sencillez y amabilidad
de trato, la caridad
con todos, la actividad incansable, la prudencia
en plantear y llevar
a cabo los asuntos y en vigilar a los súbditos con
admirable maestría,
la serenidad en las adversidades: valores todos
reflejados en él desde
el corazón de Margarita y en él impresos como la
lente fotográfica
imprime sobre el cristal preparado las imágenes
que se ponen delante.
Es más, la preparación misma fue obra de
Margarita, con sus santas industrias y con su
previsión, que no contariaba, sino que corregía y
dirigía a Dios las inclinaciones y las dotes
naturales con las que Juan había sido enriquecido.
Manifestaba él un ánimo abierto, apego a su
parecer, tenacidad en sus propósitos; y la buena
madre lo acostumbró a una perfecta obediencia, sin
halagar el amor propio, antes bien persuadiéndole
a someterse a las humillaciones inherentes a su
condición: al mismo tiempo no dejó de intentar
ningún medio para que pudiera entregarse a los
estudios, sin afanarse excesivamente ((**It1.42**)) y
dejando que la divina Providencia determinara el
momento oportuno. El corazón de Juan, que un día
debería acumular riquezas inmenesas de afecto para
todos los hombres, estaba lleno de una exhuberante
sensibilidad que podía resultar peligrosa, de ser
secundada: margarita no rebajó nunca su majestad
de madre con caricias exageradas, ni compadeciendo
o tolerando cuanto pudiera tener sombra de
defecto; mas no por ello usó jamás con él modos
ásperos ni tratos violentos que lo irritaran o
pudieran motivar enfriamiento en su amor filial.
Juan tenía innato ese sentimineto de
seguridad en el obrar, por el que el hombre se
siente llevado naturalmente a dominar y que es
necesario en quien está destinado a presidir a
muchos, pero que también con tanta facilidad puede
degenerar
en soberbia; y Margarita no vaciló en reprimir los
peuqeños caprichos desde el principio, cuando
todavía él no era capaz de responsabilidad moral.
Pero, cuando más tarde le verá sobresalir entre
los compañeros con el fin de hacerles el bien,
observará en silencio su conducta, no se opondrá a
sus sencillos proyectos y no sólo le dejará actuar
a su gusto sino que incluso le proporcionará los
medios necesarios, aun a costa de privaciones. De
esta manera, con dulzura y (**Es1.50**))
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