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((**Es1.413**) y la iglesia de San Francisco de Asís la fiesta de nuestra Señora de las Gracias, allí honrada desde muy antiguo, y puedo llamarlo verdaderamente el día más hermoso de mi vida. En el momento de aquella inolvidable misa procuré recordar devotamente a todos mis profesores, bienhechores espirituales y temporales, y de modo más señalado a don Calosso, al que siempre recordé como grande e insigne bienhechor. Es piadosa creencia que el Señor concede infaliblemente la gracia que el nuevo sacerdote pide al celebrar la primera Misa: yo le pedí fervorosamente la eficacia de la palabra, para poder hacer el bien a las almas. Me parece que el Señor oyó mi humilde plegaria>>. Don Bosco, en su humildad, dice sencillamente me parece; pero todos los que le conocieron, pudieron comprobar que obtuvo con maravillosa abundancia la gracia solicitada. En el curso de su ((**It1.520**)) ministerio, ya en privado, ya en público, ya sea hablando, como predicando, y confesando, se adueñaba de los corazones, hasta llevarlos a Dios y excitarlos a generosas y virtuosas resoluciones, sembrando en muchos el germen de una sólida santidad, fecunda en grandes obras. Con su palabra hechizaba, podríamos decir, a los muchachos: hacia buenos a los malos, y encaminaba a los buenos hacia la perfección, proponiéndoles especialmente la imitación de San Luis Gonzaga, que les había designado como protector. Muchas, muchísimas veces una simple palabra suya obraba portentos, cambiando de repente voluntades y suscitando maravillosas vocaciones religiosas. Y >>cómo podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que, a más del valor intrínseco del incruento Sacrificio, a más de la indudable conveniencia de la gracia necesaria para la sublime misión que el Divino Redentor le había destinado, don Bosco había celebrado los santos misterios con un ardimiento de fe, esperanza y caridad, que sólo se alberga en el corazón de los más íntimos amigos de Dios? Y es prueba bien clara de ello el amor de serafín con que continuó celebrando la santa misa hasta el fin de su vida. Son muchísimos los que nos afirmaron esto que, por otra parte, nosotros mismos habíamos comprobado día a día. Hemos asistido muchas veces a su misa, pero siempre se apoderaba de nosotros en aquel momento un suave sentimiento de fe, al observar la devoción que se traslucía en todo su exterior, la exactitud en cumplir las sagradas ceremonias, el modo de pronunciar las palabras y la unción con que acompañaba sus oraciones. Y la edificante impresión que se recibía no se borraba ya más. A dondequiera que se trasladase, aún fuera de Italia, bastaba se supiera la hora y el lugar donde don Bosco celebraba, para que se (**Es1.413**))
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