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situación del hijo, llegó un día a visitarlo con
una botella de vino generoso y un pan de maíz.
Lleváronla a la enfermería y enseguida se dio ella
cuenta de la gravedad del caso. Al marchar quería
llevarse aquel pan tan pesado para el estómago;
pero tanto le rogó Juan se lo dejara, que, al fin,
con alguna dificultad satisfizo su gusto. Cuando
qeudó solo, se dejó llevar por el ansia de comer
aquel pan y beber aquel vino. Empezó por tomar un
pequeño bocado, lo masticó bien y le pareció
sabrosísimo. Cortó después una rebanada, luego
otra y, sin más pensar, acabó por comérselo todo,
acompañándolo con sorbos de vino generoso. Después
se quedó dormido, con un sueño tan profundo, que
no despertó en dos días y una noche intermedia.
Los superiores del seminario creyeron que aquel
sueño era un sopor precursor de la muerte; pero
resultó que, al despertar, estaba curado. Sin
embargo le quedaron todavía algunos restos de esta
enfermedad, que, tras varias vicisitudes y una
terrible recaída, sólo desaparecieron por completo
más tarde, cuando estuvo en el Refugio de Turín.
Durante el año tuvo que volver a su casa varias
veces para intentar restablecerse; pero su
constancia, mejor aún, su aplicada obstinación al
estudio de la teología le ((**It1.483**)) mereció
recibir la tonsura y las cuatro órdenes menores el
día 25 de marzo de 1840, domingo Laetare, en la
iglesia arzobispal de Turín.
Durante estso años no interrumpió Juan de
ningún modo las relaciones con su antiguo maestro
de Capriglio, al que profesaba gran veneración. He
aquí, entre otras, una carta que aquel buen
maestro, que se había tomado tanto empeño por
infundir en su alumno sólidos principios de
devoción, le escribía:
Ponzano, a 5 de mayo de 1840
Muy querido y laudable amigo:
Aunque habéis tardado en escribirme más tiempo
del que os parecía conveniente a la amistad que
nos une, vuestra atenta y larga carta, que me
llegó hace pocos días, con los inauditos sucesos,
ha suplido con creces la tardanza; aunque ninguna
dilación merece reproche en aquello que no es
necesario hacer o dejar de hacer. En cuanto a mí,
me excuso diciendo que al escribir, según mi
opinión, no es deber de amistad, sino cuando
interesa al uno o al otro que se escriba, y en
este caso yo no fallaré nunca. Vuestro bienestar y
vuestros consuelos me alegran a mí y a vuestra muy
querida tía. Dios nuestro Señor os conceda la
gracia de llegar muy pronto a ser un digno
ministro de su Iglesia, como me lo hace esperar
vuestra prudente y ejemplar conducta.
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