((**Es1.384**)
con ocasión de funciones religiosas en público. Y
a reclusión, cuando dichos ultrajes se hicieran en
lugares no sagrados ((**It1.480**)). El que
profanare hostias consagradas o cometiera con
ellas cualquier otro acto despectivo debía ser
castigado con el último suplicio. Este celo del
rey por el honor de Dios explica la cordial
amistad que le unía al venerable Cottolengo, con
el cual se complacía en entretenerse muchas veces
en familiar conversación sobre la obra de la
Pequeña Casa de la Divina Providencia. Y explica
también el profundo afecto que, como veremos, le
profesaba don Bosco que, como todo buen piamontés
de aquellos tiempos, había aprendido en el seno de
la familia a mirar su sagrada persona como el
representante de Aquel por el cual reinan los
príncipes. Y nos consta que ya entonces rezaba y
siguió rezando y haciendo rezar en los años
sucesivos por su soberano y por la familia real;
no habría rechazado someterse a los mayores
sacrificios, si el deber de súbdito fiel se los
hubiera impuesto. Ante los doloros
acontecimientos, que atormentaban su corazón
sacerdotal, nunca oímos de sus labios una palabra
hostil o irrespetuosa; su conducta fue siempre
inspirado por las palabras de San Pedro: <> 1.
1 I Pedro, 11, 13, 14.
(**Es1.384**))
<Anterior: 1. 383><Siguiente: 1. 385>