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sacerdote. -Bien, le dijo Juan; haz como quieras,
en todos los estados puede uno salvarse, con tal
que se viva como buen cristiano. Pero acuérdate de
remediar siempre los males que veas en los demás,
ten cuidado de que el corrompido no eche a perder
al que se conserva sano, y trata de salvar las
almas en el estado a que el Señor te destina con
tu buen ejemplo y tus consejos. Opónte siempre a
las malas conversaciones y las blasfemias y avisa
a los deslenguados, especialmente si hay niños
presentes, para que éstos no reciban escándalo-.
No olvidaba Juan entretanto al párroco don
Comollo e iba con frecuencia a Cinzano para
consolarse mutuamente, repitiendo cuanto sabían de
las ((**It1.476**)) amables
virtudes del sobrino y del amigo. Y empezaba Juan
a compilar los primeros datos con la intención de
hacerlos imprimir, para perpetuar la memoria de
aquel joven angelical; y, al mismo tiempo, para
secundar la invitación del venerado sacerdote, que
tanto afecto le demostraba, dirigía a sus
feligreses una plática en alguna de las fiestas.
En medio de todas estas ocupaciones, a las que
añadía el constante servicio a las funciones
parroquiales, tenía también una agradable
satisfacción visitando afectuosamente al querido
don Cafasso, que iba por otoño a pasar algunas
semanas en Castelnuovo para descansar de sus
trabajos sacerdotales de la clase de moral, en el
convictorio de San Francisco de Asís en Turín, que
le había sido encomendada en 1839. <>1. Y el umbral de
aquella puerta bendita, lo mismo en Castelnuovo
que en Turín, fue desgastado por los pies de
nuestro Juan. El buen clérigo escuchaba con avidez
las palabras del santo sacerdote, su bienhechor,
cuyos sentimientos concordaban perfectamente con
los suyos. No debermos también admitir que la
alegría de don Cafasso por la canonización de San
Alfonso María de Ligorio, que tuvo lugar aquel
año, se transfundiría en el corazón de Juan? Esta
apoteosis presentaba al episcopado un modelo de
obediencia a al Santa Sede y hacía brillar con
vivísma luz una antorcha de ciencia moral
católica, que disipara las tinieblas desesperantes
del jansenismo. El amor y la confianza en Dios, la
unión con su Vicario en la tierra, debían preparar
a los fieles para la lucha del bien contra el mal,
que sin tregua preparaba sus armas para destruir
el orden religioso, moral y social ((**It1.477**)).
En efecto, el 1839 empezaron los congresos de
los doctos en Pisa,
1 Eclesiástico, VI, 36.
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