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((**Es1.380**) del seminario, y algunos oyeron hablar de él al campanero de la catedral, Domingo Pogliano, que afirmaba la verdad del hecho. Los sufrimientos que le ocasionaron la pérdida del amigo y el espanto que experimentó con aquella aparición, dieron al traste con su salud, ya debilitada por las largas veladas sobre los libros, y lo llevaron como él mismo dice, al borde del sepulcro. Un joven seminarista de espíritu inquieto y entonces irreflexivo, que no pertenecía al dormitorio de Juan, enojado al verlo siempre tan formal, se le acercaba con frecuencia repitiéndole: -íBosco, Bosco, Bosco: me he salvado! - Juan sentía renovársele una dolorosa herida; aquellas palabras burlonas sonaban mal en sus oídos, pero le sonreía, le amenazaba en broma con la mano y callaba. El mismo seminarista, que fue más tarde un santo y celosísimo sacerdote, contaba estas sus extravagancias, para darnos una idea de la paciencia y el dominio que Bosco tenía sobre su índole naturalmente fogosa. A fines de junio volvía Juan, todavía malucho, a santificar las vacaciones con su acostumbrado entusiasmo. Como quiera que los señores Moglia deseaban que su hijo Jorge se hiciera sacerdote, al pasar Juan por su granja se lo entregaron, para que lo llevara consigo a su casa de Susambrino y lo tuviese allí durante todo el tiempo de las vacaciones como un hermano. Juan le cedió su propio jergón para dormir y le dio clase cada día durante los tres meses ((**It1.475**)). A Jorge se añadieron otros jovencitos, que iban desde Castelnuovo para que Juan les repasara el latín; y él, con las cinco liras que los padres de dos de ellos le daban, se proveía de ropa y calzado para el nuevo curso. Francisco Bertagna, después profesor y caballero1, asistió dos años a aquellas clases de otoño. De cuando en cuando Juan, como lo cuenta el mismo Jorge, llevaba a sus ocho o diez alumnos de paseo por diversos lugares. Un día se encaminaron todos juntos a casa de los Moglia para pasar un día alegre con el señor Luis. En el camino se encontraron con dos muchachos mal vestidos y Juan les pregunto: -Adónde váis? -En busca de pan, dijeron. Juan los miró conmovido y añadió: -Pues venid conmigo y encontraréis pan. - Y se los llevó consigo. Con este acto manifestaba su corazón generoso, el mismo que un día recogería bajo las alas de la inagotable Providencia de Dios a tantos jóvenes abandonados. Jorge hizo grandes porgresos aquel año y al siguietne, en la escuela de un maestro tan afectuoso; pero, al acabarse las vacaciones del segundo año declaró sinceramente a Juan que no se sentía inclinado a hacerse 1 Título honorífico. (N. del T.) (**Es1.380**))
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