Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es1.378**) que nos podía suceder en cualquier momento, esto es, de nuestra separación cuando llegara la muerte. Un día, recordando lo que habíamos leído en algunas biografías de santos, decíamos, medio en broma medio en serio, que nos podría ser de gran consuelo, si el primero de los dos que fuera llamado a la eternidad, hiciera saber al otro en dónde se hallaba. Renovando a menudo esta conversación, nos prometimos recíprocamente rezar el uno por el otro y que el primero que muriera daría noticias de su salvación al compañero sobreviviente. No me daba yo cuenta de la importancia de una promesa tal, confieso que hubo en ello mucha ligereza, y jamás aconsejaría que otros lo hicieran; con todo, entre nosotros aquella sagrada promesa se tuvo siempre como algo serio que había que cumplir. A lo largo de la enfermedad de Comollo, se renovó varias veces el pacto, poniendo siempre la condición de, si Dios lo permitiese y fuera de su agrado. Las últimas palabras de Comollo y su última mirada me aseguraban que se cumpliría el pacto. >>Algunos compañeros estaban en el secreto y deseaban verdaderamente que se verificara. Yo estaba con ansias, porque esperaba con ello un gran alivio en mi desconsuelo. ((**It1.472**)) >>Era la noche del tres al cuatro de abril, la noche siguiente al día de su entierro, y yo descansaba, juntamente con otros veinte alumnos del curso teológico en el dormitorio que da al patio por el lado de mediodía. Estaba en la cama, pero no dormía; pensaba precisamente en la promesa que nos habíamos hecho; y como si adivinara lo que iba a ocurrir, era presa de un miedo terrible. Cuando he aquí que, al filo de la medianoche, oyóse un sordo rumor en el fondo del corredor; rumor que se hacía más sensible, más sombrío, más agudo a medida que avanzaba. Semejaba el ruido de un gran carro con muchos caballos, o de un tren en marcha, o como del disparo de cañones. No sé expresarlo, sino diciendo que formaba un conjunto de ruidos tan violentos y daba un miedo tan grande que cortaba el habla a quien lo percibía. Al acercarse a la puerta del dormitorio, dejaba tras sí en sonora vibración las paredes, las bóvedas y el pavimento del corredor, hasta el punto de que parecía estar hecho todo con planchas de hierro, sacudidas por portentísimos brazos. No podía apreciarse a qué distancia avanzaba aquello; se producía una incertidumbre como la que deja una locomotora, cuyo punto de recorrido no se puede conocer, si se juzga solamente por el humo que se eleva por los aires. >>Los seminaristas de aquel dormitorio se despiertan, mas ninguno puede articular palabra. Yo estaba petrificado por el miedo. El (**Es1.378**))
<Anterior: 1. 377><Siguiente: 1. 379>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com