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cosas que nunca pude imaginarme que existieran.
Cuando estuve a salvo, la providencial Señora
añadió estas palabras: -Ahora ya estás a salvo. Mi
escala es la que debe llevarte a la
bienaventuranza. Animo, hijo mío, el tiempo es
corto. Las flores, que adornan este jardín, las
recogen los ángeles para ir tejiéndote una corona
de gloria para colocarte entre mis hijos en el
reino de los cielos-.Dicho esto desapareció. Estas
cosas, terminó diciendo Comollo, dejaron tan
satisfecho mi corazón y me proporcionaron una
tranquilidad tan grande, que lejos de temer la
muerte, deseo que venga cuanto antes, para poder
unirme a los ángeles del cielo y cantar con ellos
las alabanzas de mi Señor. Hasta aquí el enfermo.
>>Piense cada cual lo que quiera de esta
narración, el hecho fue que si antes era grande su
temor de presentarse a Dios, ahora manifestaba su
deseo de que llegara aquel momento. Y no más
tristeza y melancolía en su ((**It1.465**)) rostro,
sino que todo sonriente y jovial, quería estar
siempre cantando salmos, himnos y alabanzas
espirituales.
>>Aunque el estado de su enfermedad parecía
haber mejorado bastante, con todo, al romper el
alba, creí conveniente sugerirle que estaría muy
bien recibiera aquel día los Santos Sacramentos,
siendo como era la solemnidad de la Pascua. -íCon
mucho gusto! contestó; no tengo nada que me
remuerda la conciencia; pero, dado el estado en
que me encuentro, me gustaría hablar un momento
con mi confesor antes de recibir la santa
comunión-.
>>Su comunión fue un espectáculo edificante y
maravilloso. Terminada la
confesión y hecha la preparación para recibir el
Santo Viático, penetró en la habitación el
director, que oficiaba de ministro, seguido de los
seminaristas. No bien hubo aparecido, el enfermo
se conmovió grandemente, cambió de color, mudó de
aspecto y exclamó: -íOh qué hermosura! íqué
hermoso panorama!... íMira cómo brilla ese sol!
íQué de hermosas estrellas hacen corona! íCuántos
están de rodillas adorándolo sin osar alzar la
frente! íEa!, deja que vaya a arrodillarme junto a
ellos a adorar también yo a ese sol nunca visto
hasta ahora. -Mientras hablaba, intentaba
incorporarse, y, a tirones, salir al encuentro del
Santísimo Sacramento. Yo hacía fuerza para
mantenerlo en el lecho, mientras me caían lágrimas
de ternura y de estupor; y no acertaba a decir ni
a responderle nada. El seguía luchando por
alcanzar el Santo Viático; y hasta que lo recibió
no quedó tranquilo. Después de comulgar estuvo
algún tiempo inmóvil, enteramente concentrado en
afectuosos sentimientos con el Señor. Al fin, se
dejó llevar por nuevos transportes de alegría,
pronunciando durante un buen rato fervorosas
jaculatorias.
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