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((**Es1.372**) un lado y a otro, como no queriendo que nadie le oyera empezó a decirme en voz baja: -Hasta ahora me daba miedo morir por temor a los juicios divinos. Me aterrorizaban. Mas ahora estoy tranquilo y nada temo por lo que, en confianza de amigo, te voy a decir. Mientras me sentía terriblemente agitado por temor al juicio de Dios, me pareció ser llevado en un instante a un valle grande y profundo, en el que lo desagradable del ambiente y la furia del viento rendían las fuerzas y el vigor de quien por allí acertase a pasar. En la mitad del valle, había un profundo abismo a modo de horno, del cual salían grandísimas llamaradas. De cuando en cuando veía almas, algunas de las cuales yo reconocí, que caían allí dentro y, al caer, se levantaban a lo alto globos inmensos de fuego y de humo... Espantado a tal vista, me puse a gritar, por miedo a caer en aquel espantoso abismo. Por eso me volví atrás para huir, y he aquí que una turba de monstruos de formas horribles y diversas intentaban empujarme hacia aquel abismo... Entonces, cada vez más aterrorizado, grité más fuerte sin saber lo que me hacía, y me santigüé. A la vista de la señal de la cruz aquellos monstruos intentaban inclinar la cabeza, pero no podían, y se retorcían apartándose de mí. Pero ni aún así podía huir y alejarme de aquel funesto lugar; hasta que al fin, vi una multitud de hombres armados, que a manera de fuertes soldados venían en mi socorro. Acometieron enérgicamente a los monstruos, de los cuales unos quedaron despedazados, otros tendidos en tierra, y otros huyeron precipitadamente. Libre ya del peligro, me puse a caminar por aquel espacioso valle, hasta llegar al pie de una alta montaña, a la cual no se podía subir más que por una escalera. Pero en todos los escalones de ésta había unas grandes serpientes, dispuestas a ((**It1.464**)) devorar a quien intentara subir. Sin embargo no había más paso que aquél, y yo no me atrevía a avanzar por miedo a ser devorado por las serpientes. Allí, rendido por el cansancio y las angustias, privado de fuerzas, estaba a punto de desfallecer cuando una Señora, que yo creo era nuestra Madre común vestida espléndidamente, me tomó de la mano y me ayudó a ponerme de pie, diciéndome: -Ven conmigo. Has trabajado por mi honor y me has invocado muchas veces; es justo, pues, que ahora recibas la debida recompensa. Las comuniones que has hecho en mi honor merecen que salgas libre del peligro en que te ha puesto el enemigo de las almas. -Después, Ella me hizo señal de seguirla por aquella escalera. Apenas ponía Ella el pie en los escalones todas las serpientes volvían a otro lado su mortífera cabeza, y no se volvían hacia nosotros, sino cuando ya estábamos lejos de ellas. Al llegar a la cima de la escala, me encontré en un deliciosísimo jardín donde vi (**Es1.372**))
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