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ministros del santuario, pues vino a predicar los
ejercicios espirituales al seminario. Entró en la
sacristía con rostro alegre y palabras de chanza,
pero adornadas de pensamientos morales. Al
observar su preparación y acción de gracias antes
y después de la misa, y su porte y fervor al
celebrarla, advertí enseguida que se trataba de un
digno sacerdote como, en efecto, lo era el teólogo
Juan Borel de Turín. Cuando comenzó sus sermones
se admiró la sencillez, la vivacidad, la claridad
y el fuego de su caridad, que se traducía en sus
palabras; todos iban repitiendo que era un santo.
En efecto todos lo buscaban para confesarse con
él, tratar sobre la vocación y tener algún
recuerdo suyo. También yo quise ir a él con los
asuntos de mi alma. Como le pidiera algún medio
seguro para conservar el espíritu de la vocación
durante el curso y especialmente durante las
vacaciones, me dijo estas memorables palabras:
-Con el recogimiento y la frecuente comunión se
perfecciona y se conserva la vocación y se forma
un verdadero eclesiástico. -Los ejercicios
espirituales del teólogo Borel hicieron época en
el seminario. Varios años después, aún se repetían
las máximas espirituales que él había formulado en
público o en privado>>.
Por la mañana del veinticinco de marzo, día de
la Anunciación del Señor, se dirigía Juan a la
capilla cuando se encontró por los corredores a
Comollo, que lo estaba esperando para decirle que
todo estaba acabado para él. Juan se quedó muy
sorprendido, puesto que el día anterior habían
paseado juntos mucho tiempo y lo ((**It1.461**)) había
dejado en perfecta salud. Comollo, con voz
conmovida, añadió: -Me siento mal y me infunde
terror tener que presentarme al tremendo juicio de
Dios. -Juan le animó a no angustiarse de aquel
modo; que ciertamente eran cosas muy serias, pero
lejanas todavía para él y que aún tenía mucho
tiempo para prepararse. Dicho esto entraron en la
iglesia. Comollo asistió a la santa misa; al
terminar sintió que sus fuerzas le venían a menos
y hubo, en consecuencia, de meterse en cama. En
aquel momento, atestigua don Giacomelli, Juan
anunció a los compañeros que Comollo moriría de
aquella enfermedad.
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