((**Es1.364**)
>>Comollo decía esto con el rostro iluminado,
gozando aún de óptima salud y mientras se
preparaba para volver al seminario.
>>Acabadas estas últimas vacaciones y puesto en
camino de vuelta al seminario, al llegar a cierto
punto desde donde se perdía de vista su pueblo
((**It1.453**)) , se
paró de pronto y estuvo un momento contemplando el
paisaje con seriedad no acostumbrada. Su padre se
le acercó diciendo: -Qué haces, Luis? Te sientes
mal? Qué miras?-
>>-Estoy bien, pero no puedo apartar la vista
de Cinzano.
>>-Entonces, qué miras?, te disgusta, quizá,
volver al seminario?
>>-No sólo no me disgusta, sino que deseo
llegar cuanto antes a aquel lugar de paz. Lo que
miro es nuestro Cinzano, al que estoy contemplando
por última vez.
>>-Habiéndole preguntado de nuevo si no se
encontraba bien, si quería volverse a casa: -No,
no, respondió, estoy muy bien, vamos adelante con
alegría, que el Señor nos espera->>.
Apenas llegó al seminario, el padre de Comollo
narró a Juan este diálogo.
Estos tristes pronósticos preocupaban a nuestro
Juan, el cual, deseoso de que se multiplicasen los
ministros de la casa de Dios para la salvación de
las almas, temía con pena estuviera próxima a
eclipsarse una vocación tan espléndida. Porque él,
que conocía el favor incalculable de ser llamado
por el Señor a su divino servicio, en sus
amigables conversaciones con los muchachos de
Chieri, Castelnuovo y otros pueblos sabía
encontrar el momento oportuno para infundir en sus
ánimos una altísima idea del estado sacerdotal y
el estricto deber de seguir el divino llamamiento.
El pensaba como San Pablo: Mi deseo sería que
todos los hombres fueran como yo; mas cada cual
tiene de Dios su gracia particular: unos de una
manera, otros de otra 1. Y así él iba ((**It1.454**))
estudiando cuál era la gracia que Dios preparaba a
sus jóvenes amigos. Si veía brillar en ellos amor
por la virtud que hace a los hombres semejantes a
los ángeles, tenía por cierto que éste era el
indicio más seguro de vocación. Después
investigaba si tenían inclinación al estado
eclesiástico, y con oportunas reflexiones les
inspiraba el deseo de abrazarlo; y si ya existía
este deseo realmente, lo secundaba con sabios
consejos, y dejaba tranquilamente que Dios hiciera
fructificar y madurar su precioso injerto. Así
empezaba, ya entonces, una misión que constituyó
después la finalidad y el trabajo de toda su vida;
de suerte que fueron miles y miles
1 I Corint., VII, 7.
(**Es1.364**))
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