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los habría animado a aumentar en número otros
domingos. Usó, pues, un recurso, sin que ellos lo
notaran, para librarse de aquellos mal educados:
salía de casa antes de la hora acostumbrada. La
artimaña le valió sólo algunos domingos, porque
los jóvenes, al darse cuenta de su astucia,
adelantaron ellos también la hora de su llegada.
Entonces Margarita ((**It1.23**)) rogó a
una buena mujer de los caseríos vecinos que
tuviera la bondad de acompañarla; pero algunas
veces sucedía que, por deberes de familia, tampoco
esa señora podía prestarle aquel servicio. Qué
hacer en tal caso? Margarita no se desanimaba por
tan poca cosa. No pudiendo esquivar la compañía de
aquellos jóvenes galantes, correspondía a su
saludo, aceptaba el ofrecimiento de su compañía y
se ponía a caminar a paso tan rápido y resuelto
que ellos tenían que correr para seguirla,
haciendo el ridículo ante cuantos los veían. Al
fín, cansados y jadeantes, acababan por quedarse
atrás, diciendo:-No queremos rompernos las
costillas y los pulmones.- Margarita se reía en
sus adentros de su estratagema, llegaba sola a la
iglesia y, acabada la santa misa, buscaba entre la
gente una compañera para volver a casa. Casi
siempre escogía a cierta vieja, jorobada, coja,
irascible, dispuesta a enseñar los dientes a
cualquiera que le importunara, y, poniéndose a su
lado, desandaba el camino.
Se lee en el Eclesiástico: <> 1. Margarita, con las enseñanzas del
catecismo, había fortalecido su corazón y modelado
sus acciones según estos divinos consejos,
logrando de este modo evitar todo peligro y pasar
inmaculada su juventud.
1 Eclesiástico, XXXVII, 13-15. (**Es1.36**))
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