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todos sus secretos. En las dudas o en los
propósitos que tomaba, me pedía mi parecer antes
de obrar y después lo seguía cualquiera que fuere.
Guardaba siempre una compostura digna, era
reservado en sus actos, siempre andaba ocupado
material o intelectualmente, jamás estaba ocioso;
era exacto cumplidor del reglamento; nunca se le
veía correr o reír a carcajadas; paseaba solo,
entretenido en sus pensamientos o acompañado de
sus amigos leales hablando de cosas útiles; por la
noche se reunía con los más estudiosos; él
prefería temas de historia eclesiástica, hacia los
cuales sentía especial atractivo. Se lamentaba
muchas veces de que muchos escritores
eclesiásticos omitían los hechos que se referían a
los papas, mientras se extendían en las hazañas de
personajes secundarios. También se apenaba cuando
se juzgaban con poca reverencia los actos de
ciertos papas>>. A este propósito añadimos
nosotros que, apenas se publicó la obra de
Rorhbacher, leyó atentamente sus diecisiete
volúmenes. Lo mismo hizo con la historia
eclesiástica de Salzano, diciendo que, si se
hubiera impreso cuando él estaba en el seminario,
hubiera besado una a una sus páginas, precisamente
porque este historiador italiano muestra gran
veneración por ((**It1.445**)) los
sumos pontífices. Así, guiado por rectos criterios
y preparado con los estudios de Bercastel,
Henrion, Fleury, Rorhbacher, Salzano y los
Bolandistas, se disponía a escribir su pequeña
historia eclesiástica para uso de los jóvenes.
Pero los estudios históricos no restaban su
dedicación a los teológicos. Continuaba con el
círculo en el que se discutían los puntos más
difíciles, lo que exigía una gran precisión en los
términos. Contaba don Giacomelli que el clérigo
Bosco estaba siempre atentísimo y no dejaba de
llamar la atención sobre un error, ni sobre la más
pequeña inexactitud. Una vez, lanzó un compañero
en la conversación una proposición atrevida sobre
el pecado original: Juan le corrigió enseguida y
le hizo callar con razones convincentes. Esta
facilidad para defender los dogmas la mantuvo
mientras vivió, en toda ocasión, de modo que quien
le oía quedaba maravillado de la perspicacia de su
mente y de la profundidad de sus conocimientos.
Al mismo tiempo no descuidaba la literatura.
Nos contaba el mismo Santiago Bosco, que él formó
un círculo cuyo centro era Juan. Se componía de
doce o catorce seminaristas y se trataba en él de
lenguas, de autores clásicos y además de trato
social. Las reuniones se tenían en los días de
vacación y en ciertos tiempos de recreo. Se leían
composiciones históricas y literarias en prosa y
en verso. Después de la lectura, los compañeros
emitían su juicio sobre el contenido y sobre la
forma del trabajo y también sobre la elocución,
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