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((**Es1.358**) todos sus secretos. En las dudas o en los propósitos que tomaba, me pedía mi parecer antes de obrar y después lo seguía cualquiera que fuere. Guardaba siempre una compostura digna, era reservado en sus actos, siempre andaba ocupado material o intelectualmente, jamás estaba ocioso; era exacto cumplidor del reglamento; nunca se le veía correr o reír a carcajadas; paseaba solo, entretenido en sus pensamientos o acompañado de sus amigos leales hablando de cosas útiles; por la noche se reunía con los más estudiosos; él prefería temas de historia eclesiástica, hacia los cuales sentía especial atractivo. Se lamentaba muchas veces de que muchos escritores eclesiásticos omitían los hechos que se referían a los papas, mientras se extendían en las hazañas de personajes secundarios. También se apenaba cuando se juzgaban con poca reverencia los actos de ciertos papas>>. A este propósito añadimos nosotros que, apenas se publicó la obra de Rorhbacher, leyó atentamente sus diecisiete volúmenes. Lo mismo hizo con la historia eclesiástica de Salzano, diciendo que, si se hubiera impreso cuando él estaba en el seminario, hubiera besado una a una sus páginas, precisamente porque este historiador italiano muestra gran veneración por ((**It1.445**)) los sumos pontífices. Así, guiado por rectos criterios y preparado con los estudios de Bercastel, Henrion, Fleury, Rorhbacher, Salzano y los Bolandistas, se disponía a escribir su pequeña historia eclesiástica para uso de los jóvenes. Pero los estudios históricos no restaban su dedicación a los teológicos. Continuaba con el círculo en el que se discutían los puntos más difíciles, lo que exigía una gran precisión en los términos. Contaba don Giacomelli que el clérigo Bosco estaba siempre atentísimo y no dejaba de llamar la atención sobre un error, ni sobre la más pequeña inexactitud. Una vez, lanzó un compañero en la conversación una proposición atrevida sobre el pecado original: Juan le corrigió enseguida y le hizo callar con razones convincentes. Esta facilidad para defender los dogmas la mantuvo mientras vivió, en toda ocasión, de modo que quien le oía quedaba maravillado de la perspicacia de su mente y de la profundidad de sus conocimientos. Al mismo tiempo no descuidaba la literatura. Nos contaba el mismo Santiago Bosco, que él formó un círculo cuyo centro era Juan. Se componía de doce o catorce seminaristas y se trataba en él de lenguas, de autores clásicos y además de trato social. Las reuniones se tenían en los días de vacación y en ciertos tiempos de recreo. Se leían composiciones históricas y literarias en prosa y en verso. Después de la lectura, los compañeros emitían su juicio sobre el contenido y sobre la forma del trabajo y también sobre la elocución, (**Es1.358**))
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