((**Es1.355**)
Bosco, ven aquí: tú que lo has hecho, dime dónde
debo leer. - Son de imaginar el cuchicheo y las
risas del pueblo. Monseñor se esforzaba en
mantener su dignidad, el párroco hizo, sin más, un
breve saludo y todos se dirigieron a la iglesia.
Durante la comida mantuvo la alegría de los
convidados la figura del pobre alcalde ausente.
Llamaron al seminarista Bosco y le pidieron
explicación de lo sucedido. Al oír el relato de
Juan, el Obispo y los párrocos se rieron a más no
poder; ((**It1.441**)) jamás
en su vida habían presenciado un caso tan
gracioso. En cambio desde entonces el alcalde se
puso de morros con Juan, por el mal papel que
había hecho, echándole a él la culpa.
Así pasaban los días de Juan, alegres y
tranquilos en un Piamonte libre, gracias a la
protección de María Santísima, del cólera
asiático, que segaba aquel año en Roma más de
cinco mil quinientas vidas y doscientas mil en el
reino de las dos Sicilias. Reconocido por tan
señalado favor, el ayuntamiento de Turín cumplía
la promesa hecha y levantaba en la plazoleta junto
al santuario de la Consolata la columna de
granito, que sostiene una estatua de mármol de la
Santísima Virgen.
Las vacaciones tocaban a su término y Juan,
cumpliendo la promesa hecha, se encaminó a visitar
a la familia Moglia. El señor Luis Moglia sabía
que Margarita andaba falta de alojamiento, y por
eso hizo prometer a Juan que iría a visitarlo a
menudo. Juan cumplió la palabra, y todos los años
durante las vacaciones se presentaba en su casa y
permanecía con aquella buena familia alguna
semana. Una vez, estuvo casi dos meses,
entreteniéndose placenteramente con los muchachos
de la casa y del vecindario, enseñándoles el
catecismo y dando a todos los consejos más
oportunos según la edad, las inclinaciones o los
defectos que en ellos observaba. Tenía costumbre,
a dondequiera que fuese, y así también en casa de
los Moglia, de repartir estampas y medallas a los
muchachos, pero no las daba nunca a las muchachas,
porque no quería que fueran a apiñarse a su
alrededor. Jorge Moglia, que dormía con Jaun en la
misma habitación, contaba que el buen seminarista,
antes de entregarse al descanso, le hacía rezar y
le avisaba delicadamente si había observado en él
algún acto o palabra que mereciera reprensión. Le
exhortaba con frecuencia al amor, respeto y
obediencia a los padres; y habiéndole contado el
mismo Jorge que un joven del pueblo ((**It1.442**)) había
maltratado a su padre, respondió: -El que falta al
respeto a su padre o a su madre, atrae sobre su
cabeza la maldición de Dios. - Y como le parecía
que en él se daban algunas señales de vocación
eclesiástica, le decía a veces: -Lo mejor que
puede hacerse en este mundo es llevar
(**Es1.355**))
<Anterior: 1. 354><Siguiente: 1. 356>