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((**Es1.354**) Juan lo escribió, se lo entregó y le sugirió lo leyera antes de hacerlo en público. -íDéjalo de mi cuenta! íya verás! - respondió el hombre. Llegó el Obispo. El clero, el ayuntamiento y el vecindario salieron a recibirlo a la entrada del pueblo. Aunque el alcalde se había puesto sayo dominguero y se había plantado en primera fila, el obispo, que no le conocía, empezó a saludar al párroco que le daba la bienvenida, dando la espalda al representante de la población. Este manifestaba su impaciencia con visajes en la cara y movimientos de cabeza, y considerando poco honroso para su alta dignidad el quedar a un lado, tomó el borde de la capa del Obispo y tirando suavemente le dijo: -Excelencia, íaquí está el alcalde! -El Obispo se volvió hacia él: -íAh!, dónde está? -íSoy yo! -íPerdone, señor alcalde! íNo le había reconocido! -Y el alcalde, haciendo una reverencia le dijo: -Si me lo permite, tengo algo que leerle -íCon mucho gusto, oigamos! respondió el Obispo. Se había preparado una tribuna con palos y ramaje y allí llevaron al obispo para que se sentara con el clero y otros señores del pueblo. El alcalde se quedó de pie en medio. El pueblo, en silencio, formaba un gran corro detrás de él. Con aire magistral se caló las gafas, sonóse las narices, metió la mano en un bolsillo, pero no encontró el papel del soneto. Busca que busca por todos los bolsillos y ínada! Su apuro ((**It1.440**)) empezaba a excitar la hilaridad del respetable público y de la ínclita presidencia. El alcalde miraba a uno y otro lado buacando al seminarista Bosco, que se había retirado a un lado, tras el clero, y con un gesto expresivo le dijo: -Qué hacemos ahora? - Había sucedido que, mientras se esperaba la llegada de Monseñor, el pobre hombre se había retirado a preparar su lectura; pero, al disparo de los morteretes, a los primeros vivas, dejó sin darse cuenta el papel sobre la mesita de la tribuna y corrió a colocarse en primera fila. No se acordaba ahora de aquella circunstancia. Pero Juan, que se encontraba cerca de la mesita, vió el papel, fue a tomarlo y se lo entregó. El alcalde respiró: tomó un aspecto imponente, escupió en el suelo, se limpió la boca y empezó. Para su desgracia el papel estaba doblado y el soneto estaba escrito en la cara interior izquierda, mientras en la derecha aparecía la firma del lector. Así lo había dispuesto todo el clérigo Bosco. Pero el alcalde, después de haber desdoblado el papel de modo que se juntaran las dos caras externas, lo tomó dejando ante sus ojos la firma y leyó en alta voz: Su humildísimo y obedientísimo servidor alcalde de B..: y a continuación su nombre y apellido. Hasta aquí todavía podía pasar la cosa, pero no pudo seguir adelante; porque el alcalde, no pensando en volver el papel, exclamó: -íSi no hay nada más! Bosco, (**Es1.354**))
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