((**Es1.352**)
De cuando en cuando interrumpimos nuestra
narración para recordar pequeños episodios, a fin
de que quede demostrada su vena inagotable de buen
humor para alegrar la compañía. Quizá algún serio
filósofo diga que, pues son cosas de tan escasa
importancia, bien podrían omitirse. A decir
verdad, también nosotros tuvimos la misma
tentación; pero luego, pensando que una afirmación
sin pruebas no sirve para nada, y que escribimos
sin más pretensión que la de decir la verdad, y
que nos dirigimos a nuestros hermanos salesianos,
a quienes resulta agradable cualquier cosa, por
pequeña que sea, relativa a su padre, nos
decidimos a seguir adelante y narramos las cosas
casi con las mismas palabras, con que las oímos
contar a don Bosco.
Estaban reunidos con el párroco de Cinzano los
párrocos del arciprestazgo, y se sentaba entre
ellos el seminarista Bosco. A un momento dado, uno
de aquellos sacerdotes preguntó al seminarista si
tenía, según costumbre, algo ameno que contar,
sobre la vida del seminario. Juan se quedó un buen
rato como concentrado en profundos pensamientos;
después, cediendo a las instancias que se le
hacían, empezó a hablar con toda seriedad de las
virtudes heroicas que los seminaristas
practicaban, confirmándo&o con ejemplos. ((**It1.437**)) Habían
terminado los santos ejercicios espirituales,
cuando dos seminaristas, animados por un fervor
nada común, hicieron el propósito de ayudarse
mutuamente dándose varias veces a la semana unas
saludables disciplinas. La primera vez que se
juntaron para cumplir su penitencia, desnudóse el
uno el torso, tomó el otro las disciplinas y le
dio suavemente el primer disciplinazo. -Más
fuerte- dijo el otro. Y recibió el segundo golpe,
pero también bastante suave. -íMás fuerte!-
exclamó el paciente. Entonces el compañero
descargó con todas sus fuerzas un disciplinazo
tal, que los ramales dejaron su espada surcada de
huellas amoratadas. Un íay! formidable siguió al
golpe. Y gritó enfurecido el sacudido: -Este es el
modo de tratarme? íSalvaje! -Salvaje yo? -replicó
el otro y le soltó un zurriagazo. Y entonces, se
asieron de las greñas y se golpearon con furia.
Acudieron los compañeros para separarles, y
acabóse la primera prueba disciplinaria.
Los párrocos que, al principio, no pudieron
prever el final, sobre todo porque Juan no ser
reía cuando contaba un chiste, tuvieron lo
bastante para reventar de risa.
Don Bosco solía repetir con frecuencia esta
anécdota para sacar la moraleja de que todo lo
contrario a la regla, si no está motivado por una
necesidad o conveniencia moral, y goza además del
permiso
(**Es1.352**))
<Anterior: 1. 351><Siguiente: 1. 353>