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La firmeza de carácter, unida a una prudencia
que la libraba de dar un paso en falso, fue
siempre la salvaguardia de su virtud. Con
frecuencia, sus jóvenes amigas iban a invitarla,
en los días de fiesta, para dar un paseo por el
campo. Les parecía muy justo tomarse un poco de
esparcimiento, después de seis días de fatigosos
trabajos. Pero Margarita no sabía alejarse de la
vista de sus padres, por lo que siempre tenía
pronta alguna excusa para rechazar la invitación.
-íMirad!, decía a sus compañeras: yo ya he dado mi
paseo, he ido hasta la iglesia. Es un camino
bastante largo y no me siento con ánimos para
andar más. - Y por más ruegos e instancias que le
hicieran, nunca lograron apartarla de su
propósito. En aquella edad no conocía más camino
que el que iba a la iglesia, a la verdad bastante
lejos de su casa.
Todos saben el atractivo que tiene para la
gente de las aldeas la
fiesta mayor de los lugares vecinos y cómo la
juventud se deja arrastrar fácilmente para
participar, al menos como espectadora, en los
bailes que suelen organizarse en semejantes
ocasiones y que se prolongan hasta muy entrada la
noche. Nunca se deplorará suficientemente el daño
que tales costumbres acarrean a la virtud. Pues
bien, algunas muchachitas de Capriglio ((**It1.22**)) ligeras
y ávidas de diversiones, tras ataviarse lo mejor
posible, iban a veces a invitar a Margarita. A sus
voces, salía ella a la puerta; y las amigas le
decían: - Margarita, ven, ven con nosotras. -
Margarita las miraba de pies a cabeza y después de
un <<íoh!>> de admiración por sus vestidos,
preguntaba con una sonrisa ligeramente burlona: -Y
adónde queréis llevarme? -íAl baile! íHabrá mucha
gente, música estupenda; pasaremos la tarde muy
divertidas! - Margarita se ponía seria y, clavando
en ellas su mirada, respondía con estas solas
palabras: -íEl que quiere jugar con el diablo no
podrá gozar con Jesucristo! - Con esta terminante
sentencia volvía a entrar en su casa, dejándolas
tan impresionadas que alguna, en vez de seguir
camino de la fiesta,
regresaba a su propia vivienda.
Pero, sobre todo, la buena Margarita evitaba
entretenerse con
personas de otro sexo. Los domingos, algunos
muchachos tomaron la costumbre de esperarla a la
puerta de casa, para acompañarla cuando salía
camino de la iglesia. Esto le molestaba mucho, ya
que con frecuencia se veía precisada a ir sola,
por haberse quedado guardando la casa mientras los
demás iban, al amanecer, a cumplir sus deberes de
cristianos. Sin embargo, no le gustaba ser
descortés con aquellos importunos, ya que sabía
que no conseguiría nada, antes al contrario les
habría dado pretexto para reírse y para burlarse
y, acaso,(**Es1.35**))
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