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puntualmente dando catecismo a los muchachos en la
iglesia y hasta por la calle cuando se encontraba
con ellos. Los dos amigos hablaron largo y tendido
de piedad, de sus proyectos y sus estudios y
Comollo quedó admirado de una prueba que le dio
Juan de su portentosa memoria, hasta el punto de
sacar la conclusión de que pocos en el mundo
debían estar favorecidos por el Señor con un don
semejante. Juan había leído una vez los siete
volúmenes de la historia de Flavio Josefo: pues
bien, tomándolos de la biblioteca del párroco, se
los entregó a Comollo ((**It1.433**))
diciéndole: -Pregúntame el capítulo que quieres
que recite, con tal que me digas el título. -
Accedió con gusto Comollo y Bosco recitó con
presteza, aquel capítulo de la primera a la última
palabra. Después del primero, aún recitó otros.
-Ahora, prosiguió Juan, pregúntame el hecho que
quieras escoger. -Comollo buscó el índice y le
preguntó el primer hecho que cayó bajo sus ojos:
Juan se acordaba tan bien, que no equivocó ni una
sola frase. Y de nuevo dijo: -Abre ahora uno de
estos libros en la página que quieras y dime las
primeras palabras del primer renglón, aunque el
párrafo esté en su mitad. -Comollo lo hacía así y
Juan recitaba la página como si la tuviera ante
los ojos. Finalmente, indicábale Comollo un hecho
cualquiera y él sabía en qué página se encontraba
y en qué parte de ésta empezaba el texto. Una
prueba igual ya la había hecho con su párroco el
teólogo Cinzano, quien más tarde lo atestiguaba a
los jóvenes del Oratorio, cuando iban a visitarle
en la época de las grandes excursiones.
Tenemos innumerables pruebas de su portentosa
memoria. Recuerdo que hacia 1870 estaba don Bosco
en Lanzo escribiendo la Huerfanita de los
Apeninos; pidió a uno de sus sacerdotes le buscara
un determinado volumen de Bercastel, indicándole
más o menos la página donde encontrar la narración
de la pastorcita de los Pirineos. Se buscó la
obra, se tomó el volumen y se encontró enseguida
lo que don Bosco quería. Es de notar que no había
leído ni un renglón de aquel libro desde que salió
del seminario.
Conocía al dedillo una infinidad de libros. Sus
sacerdotes tuvieron con ello una gran ayuda y un
inmenso ahorro de tiempo, porque cuando tenían que
predicar, prepararse para unos exámenes, escribir
libros, acudían a él y él siempre les indicaba
cinco o seis volúmenes, les informaba sobre el
autor más aceptado, ((**It1.434**)) y hasta
les enseñaba el modo de aprovecharse de ellos. En
1865 le tocó a don Cagliero sustituir a un
predicador, que, después de aceptar el panegírico
de un santo poco conocido, no podía ausentarse de
la ciudad. Don Cagliero ignoraba por completo la
historia del Santo. Don Bosco estaba
(**Es1.349**))
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