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pues no había previsto una comida tan bien
preparada, pero no era del caso protestar. -íViva
Magdalena!- gritaban los convidados. Fue un día
triunfal para aquella buena mujer.
Sin embargo, los convidados no tardaron en
darse cuenta de que la broma había pasado de la
raya. Magdalena se apresuró a levantar la mesa,
los amigos volvieron a sus casas decididos a no
soltar palabra que pudiera comprometer a la
sirvienta. Entretanto volvieron de Sciolze párroco
y sobrino, que tributaron mil agasajos a Juan, el
cual no habló de la comida, ni entonces ni
después, mientras vivió su joven amigo; sólo tras
la muerte de éste contó todo al párroco, el cual
rió a carcajadas y recordó el versículo del
Eclesiástico: <>.1
Esta pequeña aventura, que oímos al mismo don
Bosco, nos da a conocer cómo ya entonces tenía una
habilidad especial para ganarse la voluntad de los
demás. Su afabilidad, unida a un profundo
conocimiento del corazón humano, sabía doblegar
los ánimos contrarios, obstinados, desalentados o
caprichosos. Cuando advertía que no se conseguiría
nada con razones de conveniencia, de caridad o de
obligación, ((**It1.432**))
servíase del amor propio del otro con finísima
habilidad y sin sombra de adulación o de mentira;
y sabía pulsar esta cuerda de tal modo que la
hacía responder a la nota que él tenía en su
mente. Con una sola palabra de alabanza, un
recuerdo honroso, un gesto o una palabra de
estima, de amistad, de confianza, de respeto,
conseguía la mayor parte de las veces hacer
desaparecer cualquier dificultad o aversión, y
lograba obtener cuanto deseaba de los de casa o de
los de fuera. Serían necesarios muchos vólumenes
para describir estas escenas, graciosas a veces,
conmovedoras otras y, en ocasiones, hasta
heroicas. En efecto, hemos visto a muchos que,
vencidas las repugnancias, purificadas las
intenciones, realizaron actos duraderos,
impregnados de abnegación y sacrificio, de los que
nadie los hubiera creído capaces. <>.2
En esta ocasión Juan se quedó unos días en
Cinzano. Tuvo ocasión de seguir admirando más y
más la conducta angelical de Comollo, su
frecuencia de los sacramentos, su asiduidad a las
funciones sagradas. Tenía las mismas aficiones que
él, y en consecuencia, le veía
1 Eclesiástico, VI, 11.
2 Prov., X, 32; Eclesiástico, XL, 21.
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