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estado en Cinzano. Fue allí en compañía del
seminarista Garigliano, del juez, del secretario
municipal y del topógrafo J. B. Paccotti, con los
cuales tenía amistad. Estos habían planeado pasar
alegremente un día en casa del párroco. Al llegar
la comitiva, los vecinos amigos les notificaron,
que el párroco había salido en compañía del
sobrino para asistir a la acostumbrada conferencia
mensual, sobre moral, que se celebraba en Sciolze
con el vicario foráneo. Así, pues, no les
esperaban. Qué hacer? Dar por perdida la
excursión? De ningún modo. El párroco de Cinzano,
tío de Comollo, era un venerado anciano de ochenta
años; en Chieri y en Castelnuovo había invitado
muchas veces a Juan para que fuera a visitarle a
Cinzano, añadiéndole que le hacía dueño de su
casa. Pero la sirvienta que gozaba de plenos
poderes en la economía de la casa, como buena ama
de llaves que era y fiel hasta el escrúpulo, no
podía ciertamente abrir la puerta de casa y dar de
comer al primer llegado, menos aún a una comitiva
de gente alegre, sin órdenes precisas. Juan
entendió que debería emplear medidas diplomáticas
para dar en el blanco; con todo, aseguró la
victoria a los amigos ((**It1.429**)).
Como no conocía a la sirvienta, se informó de
su nombre y su carácter, después sin más se
dirigió a la casa parroquial solamente con
Garigliano. La sirvienta, que nunca le había
visto, le recibió con frialdad, y le dijo que el
párroco estaba ausente. -Lo siento mucho,
respondió Juan con la gracia e ingenuidad que le
eran propias: somos buenos amigos y hace mucho que
nos conocemos. Si al menos estuviera la señora
Magdalena, que sé es persona atenta y bien
educada; pero, sin duda, habrá ido a Sciolze con
el párroco. No es posible que ese buen anciano
salga fuera de casa sin la que sabe aconsejarle
tan oportunamente en todas las circunstancias.
También he venido para saludarle a ella, a la
señora Magdalena; pero si no está, paciencia; ya
volveré otro día. Cuando usted la vea preséntele
mis respetos. -La buena sirvienta, así lisonjeada,
sonreía modestamente y después interrumpió
diciéndole: -Magdalena no ha ido a Sciolze-.
-No ha ido?, es posible? A pesar de lo que yo
me podía suponer...
-Le repito que Magdalena no ha ido... porque...
Magdalena soy yo.
-íAh, es usted! Usted el ama de casa?
-íQué ama! yo no soy más que una pobre criada.
-No diga usted eso; si no fuera por usted, qué
sería de este pobre párroco? Sabemos que usted es
quien atiende a todo, quien gobierna
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