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otra vez con ellos. Entonces aquel Personaje le
presentó a una nobilísima Señora que se
adelantaba, y le dijo: -Esta es mi madre;
entiéndete con ella. -La Señora, dirigiéndole una
mirada llena de bondad le habló así: -Si quieres
ganarte a estos pilluelos, no has de presentarles
cara con golpes, has de atraerlos con dulzura y
persuasión. - Y entonces, como en el primer sueño,
vio que lo muchachos se transformaban en fieras y
después en ovejas y corderos, que él tomó como
pastor por orden de la Señora. Era el pensamiento
del profeta Isaías convertido en visión: <>.1
Quizá vio esta vez el Oratorio con todos sus
edificios, dispuestos para recibirle con todos sus
pilluelos. En efecto, don Bosio, natural de
Castagnole, párroco de Levone Canavese y compañero
de don Bosco en el seminario de Chieri, cuando
estuvo por primera vez en el Oratorio en 1890, al
llegar al patio acompañado por los miembros de
capítulo superior de la Pía Sociedad de San
Francisco de Sales, dando una mirada alrededor y
observando los múltiples edificios, exclamó: -Nada
de todo esto que ahora veo me resulta nuevo. Ya
don Bosco me lo había descrito en el seminario
como si hubiera visto con sus propios ojos lo que
contaba y como yo veo ahora que realmente es. - Y
mientras hablaba se conmovía profundamente con el
recuerdo del ((**It1.426**))
compañero y amigo. También el teólogo Cinzano
aseguraba a don Joaquín Berto y a otros, que el
joven Bosco le había asegurado, siendo aún
seminarista, que un día tendría sacerdotes,
clérigos, jóvenes estudiantes y obreros y una
preciosa banda de música.
Al llegar aquí no podemos menos de fijar
nuestra mirada en el progresivo y racional
sucederse de los varios y sorprendentes sueños. A
los nueve años Juan Bosco tiene conocimiento de la
grandiosa misión que le será confiada; a los
dieciséis oye la promesa de los medios materiales
indispensables para albergar y alimentar a jóvenes
sin cuento; a los diecinueve un imperioso mandato
le da a entender que no es libre de rehusar la
misión encomendada; a los veintiuno se le
manifiesta la clase de jóvenes de cuyo bien
espiritual deberá especialmente cuidarse; a los
veintidós se le señala una gran ciudad, Turín, en
la cual deberá empezar sus trabajos apostólicos y
sus fundaciones. Y no terminan aquí, como veremos,
las misteriosas
1 Isaías, XLIII, 20.
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