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la sobrepelliz, tomaba el pequeño palio y ((**It1.422**))
acompañaba el Santísimo Sacramento, sin mirar la
distancia, hasta la casa del enfermo. No faltaba a
la predicación parroquial; y era tal su atención,
que la repetía a la letra a sus compañeros
seminaristas con gran admiración de todos ellos.
Su compostura era irreprochable, pues conocía la
importancia del buen ejemplo. Por todo esto gozaba
de un concepto extraordinario ante todos sus
paisanos>>.
Pasaba gran parte de su tiempo con el teólogo
Cinzano, que le quería sobremanera y conel cual
había trabado gran amistad. Juan estaba en la casa
parroquial dispuesto a cualquier servicio, y tenía
por otra parte a su disposición todos los libros
de la biblioteca. El buen vicario, docto en
filosofía, teología e historia, cultivaba además
con mucho afán los estudios literarios. Era
versado en literatura latina, tenía la colección
de los clásicos, que leía y estudiaba aún maduro
en años. Aquel hombre, inteligente y culto, tenía
en tal estima a nuestro Juan, que solía repetir no
haber observado en él desde que lo conoció nada
ordinario y común, sino siempre algo de
extraordinario.
A corroborar esta opinión sobre Juan se añadía
el gran dominio que había adquirido sobre sí
mismo. En efecto, recordaba Juan Filippello, que
un día estaba esperando el clérigo Bosco en la
sala de la casa parroquial audiencia del párroco,
cuando dos estudiantes que también esperaban para
pedir ciertos documentos, empezaron a burlarse de
él. Le exhortaban los presentes a que se
defendiera y pusiera a raya a los dos
desvergonzados, pero Juan respondió: -Déjenles que
se diviertan: son jóvenes y además sus bromas no
me hacen daño. - El profesro Francisco Bertagna
añade: <((**It1.423**)) a cinco
o seis estudiantes de Castelnuovo, que iban a él
hasta Susambrino, ya en grupo, ya separados, y a
horas distintas, los unos para repasar las
materias estudiadas, los otros para prepararse al
nuevo curso que iban a empezar. Había padres que
le daban una pequeña cantidad al mes, con la que
él se proveía de lo necesario para ir decentemente
vestido. Otros recibían este favor por amistad o
por caridad sin la menor compensación. Pero la
primera lección que él daba a todos era la del
amor de Dios y la obediencia a sus mandatos, y
nunca terminaba la clase sin exhortarlos a la
oración, al santo temor de Dios y a huir del
pecado y de las ocasiones de pecar>>.
Hasta que no fue sacerdote, el seminarista Juan
Bosco solía subir cada día a la cima de una viña
propiedad de Turco, en la partida llamada Renenta,
donde pasaba gran parte de la jornada a la sombra
(**Es1.341**))
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