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((**Es1.34**) bien armados. Muerte segura amenazaba al que cayera en sospechas de delator. Uno de los más terribles cabecillas de aquellas bandas era Mayno de la Spinetta, ((**It1.20**)) lugar cercano a Alessandria. Los comisarios franceses, constituyéndose en tribunal en los pueblos más castigados, encarcelaron y dieron muerte sin remedio a tantos que, mientras duró el Imperio, nadie más se atrevió a intentar nuevos latrocinios. Cesaron igualmente las arbitrariedades de los gobernadores de las provincias; la férrea voluntad de un solo hombre impuso perfecto orden en la exacción de tributos y en la administración del Estado. Acontecimientos jamás previstos alegraron por aquella época el corazón de los buenos piamonteses. En 1803 se celebró en Turín el VII cincuentenario del Milagro Eucarístico de 1453. La iglesia del Corpus Domini fue espléndidamente restaurada y en la plaza de la entrada se levantó un amplio altar con su dosel. Predicaron los mejores oradores, desfiló la procesión con el Santísimo Sacramento, en manos de monseñor Valperga de Masino, obispo que fue de Nizza. Tomaron parte en la solemnidad la corporación municipal y la guarnición francesa. La muerte instantánea de un desgraciado en el momento mismo en que se burlaba de la piedad de los turineses que habían acudido a la fiesta, llamada por él despectivamente el mulo, infundió en Turín y en la provincia terror y sentimientos más vivos de fé. El 12 de noviembre de 1804, Pío VII, de viaje hacia París para la coronación de Napoleón con la diadema imperial, pasó por Asti y llegó a Turín, entre cariñosos aplausos y festejos. Al regreso de París, el 24 de abril de 1805, se quedó tres días en la ciudad y bendijo a una inmensa multitud desde el balcón del palacio real. La familia Occhiena, secundando sus sentimientos religiosos y el ejemplo de los habitantes de los pueblos circunvecinos, no podía dejar de ir a Turín para ver al Papa. Margarita entraba entonces en los diecisiete años y seguramente en esta ocasión se acrecentaría en ella el amor al Papa, que supo infundir luego en sus hijos. ((**It1.21**)) Su amor se enterneció y se llenó de compasión el 17 de julio de 1809, cuando Pío VII, obligado a salir del palacio del Quirinal por orden de Napoleón, escoltado en una carroza por guardias a caballo, se detuvo una mañana, durante hora y nedia, en el castillo del Barón Rignón en Ponticelli, entre Santena y Chieri, para continuar camino de Grenoble. No podía ser de otro modo en una joven llena de fe y de costumbres irreprochables, incapaz además de ceder ante ningún respeto humano.(**Es1.34**))
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