((**Es1.335**)
religiosas de la Visitación establecerse en
Thonon, a pesar de tener la aprobación de la Sant
Sede; el ministro Barbaroux mandaba anular dos
hojas impresas de las constituciones sinodales de
la diócesis de Aosta: el senado pretendía como
suyos los derechos sobre los cementerios, que, por
ser lugares sagrados, naturalmente estaban
sometidos a la jurisdicción episcopal; al mismo
tiempo se negaba la fuerza obligatoria de ciertas
sentencias de los tribunales eclesiásticos. Sin
embargo el rey Carlos Alberto atendía a las
razones del Arzobispo, moderaba ciertas decisiones
de sus ministros, recurría a Roma para obtener las
concesiones que se deseaban. En efecto, el Consejo
de Estado había propuesto arrancar de manos del
clero todas las escrituras pertenecientes al
registro civil; eso le disgustaba al Rey y abrió
gestiones con la santa Iglesia. El concilio de
Trento había sido el primero en poner remedio al
desorden de las familias, prescribiendo que en
todas las parroquias se llevasen los registros de
nacimiento, bautismo, matrimonio, defunción de
todo feligrés: era, por tanto, algo privativo de
la Iglesia. El Sumo Pontífice, manteniendo
incólume su derecho, arregló las cosas de manera
que el Rey quedó plenamente satisfecho, y aquel
año de 1837 hacía insertar entre las leyes del
Estado las decisiones del Papa ((**It1.415**)).
No cabe la menor duda de que, mientras monseñor
Fransoni, cansado de tanta lucha, recobraba
fuerzas en la paz de Chieri, Juan iría a visitarle
y le presentaría sus primeros obsequios filiales,
despertando en su ánimo un vivo sentimiento de
afecto que ya no olvidó. Sin ese previo
conocimiento no se explica la facilidad con que
monseñor Fransoni le concedía, después, que se
ordenara de presbítero, antes del tiempo
establecido, siendo ése un favor que entonces se
concedía rara vez y con gran dificultad.
Aún tuvo otra satisfacción el clérigo Bosco por
aquel tiempo. Monseñor Fransoni anunciaba a los
fieles en carta pastoral del cinco de agosto que
el Soberano se había dignado aprobar que en sus
Estados se recogieran limosnas para la gran Obra
de la Propagación de la Fe, y exponía su finalidad
y los favores espirituales concedidos por el Santo
Pontífice a quienes dieran su nombre y cumplieran
las obligaciones impuestas. Recordemos cómo, entre
los deseos del clérigo Bosco, estaba el de
dedicarse a las misiones, y así entenderemos cómo
en su mente se abrieran entonces nuevos horizontes
de apostolado y abrasaran su corazón deseos más
vivos de la salvación de millones de almas, deseos
tan eficaces que un día los veremos realizados
añadiendo nuevas páginas a la gloriosa historia de
las misiones católicas.
(**Es1.335**))
<Anterior: 1. 334><Siguiente: 1. 336>