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mí: "El autor de este libro era un hombre docto".
Seguí una y otra vez leyendo aquel libro de oro, y
no tardé en darme cuenta de que uno solo de sus
versículos contenía más doctrina y moral que todos
los gruesos volúmenes de los clásicos antiguos. A
este libro debo el haber cesado en la lectura
profana. Después me di a leer a Flavio Josefo, en
Antigüedades judías, y en la Guerra judía; luego a
monseñor Marchelti, en Razonamientos sobre la
religión; a Frassinous, Balmes, Zucconi y muchos
otros autores religiosos. Saboreé la lectura de la
Historia eclesiástica, de Fleury, ignorando
entonces que no convenía leerlo. Con mayor fruto
aún leí las obras de Cavalca, de Passavanti,
Ségneri y toda la Historia de la Iglesia, de
Henrion, que me quedó impresa en la memoria.
>>Tal vez diréis que leyendo tanto no podía
atender gran cosa a los estudios. No fue así. Mi
memoria seguía ((**It1.412**))
favoreciéndome, y sólo con leer el texto y oír la
explicación de la clase me bastaba para cumplir mi
deber. Así que todas las horas de estudio las
podía dedicar a lecturas diversas. Los superiores
lo sabían y me dejaban hacer>>.
Añadimos nosotros que estudiaba también con
esmero a los santos padres y a los doctores de la
Iglesia, San Agustín, San Jerónimo y especialmente
Santo Tomás, tanto que llegó a saber de memoria
algunos volúmenes de esta águila de la filosofía y
de la teología. Durante los cuatro años que
todavía continuó en el seminario leyó y estudió
toda la Biblia, los Comentarios de la Sagrada
Escritura de Cornelio Alápide y de Tirino, y
adquirió también un amplio conocimiento de los
Bolandistas. Estos libros y todos los que deseaba
los pedía prestados a la biblioteca del seminario,
y en las vacaciones recurría a los párrocos. Por
lo demás, parece una disposición de la Providencia
que don Bosco no conociera en parte, por algún
tiempo, la belleza de los libros que tratan de
religión, pues su estudio requiere una madurez de
ingenio mayor que la que posee un estudiante de
retórica o de primer curso de filosofía. El amor a
los clásicos era necesario para la ciencia
indispensable del que debía ser fundador de tantos
centros de instrucción. Y el teólogo profesor
monseñor Pecchenino, que mantuvo con él durante
muchos años íntima amistad, afirmaba que era
admirable ver la instrucción de don Bosco en todos
los ramos de la literatura italiana y latina. Pero
cada cosa a su tiempo. Nos lo dice el mismo
Eclesiástico: <>.1
1 Eclesiástico, XXXIX, 1.
(**Es1.333**))
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