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siempre observaba la nunca bastante alabada norma
de urbanidad, de callar cuando otro habla. Por lo
cual, sucedía a menudo, que cortaba una palabra
por mitad para dar lugar a que otro hablara. Un
tal Domingo Peretti, más tarde párroco de
Buttigliera, era muy locuaz y siempre tenía una
respuesta. Garigliano era un oyente excelente y
sólo intervenía de vez en cuando>>. Gracias a
estas conversaciones, que exigían mucha atención
en clase a las explicaciones de los profesores,
Juan llegó a poseer a la perfección la lógica, la
metafísica, la ética, la aritmética y la física,
como se verá en el curso de esta historia. <>.1
Y he aquí otra prueba de nuestra afirmación. En
el segundo curso de filosofía estuvo a punto de no
ganar el concurso de la dispensa de dos meses de
pensión. Se presentó un competidor de mucho
talento. Los dos alcanzaron las más altas
calificaciones, tanto en el ejercicio oral como en
el escrito. Se les propuso la división del premio.
Juan estaba conforme; pero el compañero, aunque
era muy rico, titubeaba en decidirse. Entonces el
profesor les obligó a un segundo examen: fue un
ejercicio muy difícil, pero Juan triunfó. Y
también obtuvo la misma suerte en los años
siguientes.
Sin embargo, Juan padeció un error en cuanto a
los estudios, error que pudo acarrearle funestas
consecuencias, de no haber mediado un hecho
providencial. Así escribe él mismo: <((**It1.411**))
paganas, no encontraba ningún gusto en los
escritos ascéticos. Llegué a estar persuadido de
que el buen lenguaje y la elocuencia no se podía
conciliar con la religión. Las mismas obras de los
santos padres me parecían producto de ingenios
harto limitados, hecha excepción de los principios
religiosos que ellos exponían con fuerza y
claridad. Esto era consecuencia de conversaciones
oídas a personas eclesiásticas muy duchas en
literatura clásica, mas poco respetuosas con las
grandes lumbreras de la Iglesia, que no conocían.
>>Hacia el principio del segundo año de
filosofía, fui un día a hacer la visita al
Santísimo Sacramento y, por no tener a mano el
devocionario tomé la Imitación de Cristo y leí un
capítulo sobre el Santísimo Sacramento. Al
considerar atentamente la sublimidad del
pensamiento, el modo claro y, al mismo tiempo,
ordenado y elocuente con que quedaban expuestas
las grandes verdades, dije para
1 Prov., XXVII, 17.
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