((**Es1.33**)
-Ya, ya, replicaban los soldados.
A Margarita, que comprendía muy bien que los
soldados se estaban burlando de ella, le ponía
nerviosa el monosílabo. Poco a poco se fué
acalorando. Algunos soldados se acercaron y le
hablaban en alemán, que ella entendía lo mismo que
ellos el piamontés. Entonces, poniéndose a tono,
comenzó a repetir un monosílabo que en dialecto
piamontés es una afirmación burlesca: -<<íBo,
bo!>>. Se entabló así un diálogo, en el que se
renovaba la escena de aquella que preguntada:
<>, respondía: <>. Al
mismo tiempo se repetía un magnífico dúo. De una
parte, se burlaban con el ya, ya; de la otra se
contestaba con el bo, bo; y el bo y el ya se
alternaban con las risas grotescas de los
soldados. Margarita acabó por perder la paciencia
y concluyó: -Sí, sí; bo y ya, bo y ya. Sabéis qué
significan juntos? Boia, verdugos, que es lo que
sois vosotros ((**It1.19**)) que
devastáis nuestros campos y robáis nuestras
cosechas.
Era una declaración de guerra en toda regla.
Viendo, pues, que las palabras no servían y que el
maíz iba desapareciendo. Margarita agarró una
horca y con el mango, primero, comenzó a apalear a
los caballos; después, como parecía que no se
resentían de los golpes, dió la vuelta a su arma y
con las púas de hierro los pinchaba en las ancas y
el hocico. Los caballos se encabritaron y
escaparon de la era. Los soldados, que en otra
circunstancia se hubieran dejado llevar del
prurito de disponer y mandar, en aquellos tiempos
de guerra, fueron por los caballos desmandados y
los ataron a los árboles de un prado cercano. En
verdad, hubiera sido ridículo llegar a un
altercado con una muchachita de once años.
La victoria obtenida por Napoleón, primer
cónsul, en Marengo, el 14 de junio de 1800, obligó
a los austríacos a salir del Piamonte, que pasó a
ser provincia francesa. Los piamonteses se
quedaron en paz. Desde entonces, ningún ejército
enemigo volvió a invadir sus tierras. Las bandas
de salteadores, formadas por malhechores,
desertores de las filas de los ejércitos, gente
escapada de las cárceles, individuos todos que en
medio de tan gran desorden civil estaban seguros
de no ser apresados, fueron entonces perseguidos
por todas partes. Durante varios años fueron
pasando de pueblo en pueblo, casi a diario,
robando, incendiando y matando. Los campesinos,
llenos de miedo, se juntaban en cuadrillas para ir
de un lugar a otro y no se aventuraban a atravesar
los extensos bosques, tan numerosos entonces; ni
se atrevían a dejar sola a la familia en casa; y,
antes de anochecer, se apresuraban a volver al
propio hogar: en las aldeas pequeñas, como
Capriglio, los habitantes montaban, a veces, la
guardia(**Es1.33**))
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