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La primera vez que me senté en el salón de estudio
entre los alumnos de filosofía, vi ante mí a un
seminarista que me parecía de bastante edad. Era
de aspecto agradable, tenía el cabello
ensortijado, estaba pálido, delgado, parecía
enfermo. Se hubiera dicho que difícilmente
resistiría los estudios hasta fin de curso; sin
embargo, aunque siempre algo delicado de salud,
fue adquiriendo cada día mayor fuerza. Era nuestro
querido don Bosco. Desde entonces me sentí atraído
hacia él por una gran simpatía. También él me
miraba con compasión por el apuro en que me
encontraba, pues yo era objeto de burla por parte
de algún compañero.
>>Habiendo entrado en el seminario un mes más
tarde que los demás, no conocía a ninguno, y en
los primeros días me encontraba perdido en medio
de la soledad. Fue el clérigo Bosco el primero que
se acercó a mí. Me vio solo después de la comida y
me acompañó durante todo el recreo, contándome
cosas graciosas para distraerme de los
pensamientos que pudieran sobrevenirme de mi casa
y los parientes dejados. Hablando con él supe que
había estado enfermo durante las vacaciones. Tuvo
conmigo muchas atenciones. Reucerdo entre otras
que tenía yo un bonete exageradamente alto, por lo
que algunos compañeros ((**It1.405**)) se
burlaban un poco, con disgusto mío y de Bosco, que
me acompañaba frecuentemente, hasta que él mismo
me lo arregló, gracias a su habilidad para coser y
a que disponía de los medios oportunos. A partir
de entonces empecé a admirar su buen corazón.
>>Su compañía era edificante. Varias veces me
llevó a la iglesia para rezar las vísperas de la
Virgen u otra oración en honor de la gran Madre de
Dios. Hablaba con gusto de cosas espirituales. Un
día durante el recreo, me llevó al aula y me
explicó el himno del nombre de Jesús, invitándome
a rezar los cinco salmos en honor de este nombre
adorable y haciéndome notar cómo con las iniciales
de los cinco salmos se podía componer la palabra
Jesús. Me quedé admirado de su devoción nueva para
mí. En otra ocasión se hablaba del Ave maris
stella, y explicando las palabras tulit esse tuus,
dijo: -Este versículo se refiere a Jesucristo, que
nació de María Virgen; pero al decir tuus
refiriéndose a Jesús, recordamos a María que
nosotros somos suyos. Jesús vino a salvar al mundo
tomando carne humana en su purísimo seno, por eso
todo el pueblo cristiano es considerado como
hermano de Jesús e hijo de María
Santísima. Desde el primer instante de la
Encarnación nosotros hemos empezado a ser pueblo
de la Virgen. Por eso le decimos: Monstra te esse
Matrem: Muestra que eres nuestra madre, nuestro
auxilio, nuestra protectora-.
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