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entendía, para comunicárselas después en tiempo
libre a Juan a fin de que se las explicara.
Siempre que los seminaristas asistían a las
funciones solemnes de la catedral, no solían
después rezar el rosario. Pero Comollo no sabía
dejar esta especial devoción; y así, terminadas
las ceremonias catedralicias, y mientras los demás
hacían recreo, él y Juan se retiraban a la capilla
para pagar, como solía decir, las deudas con su
buena Madre rezando el santo rosario.
Devoto amante de Jesús Sacramentado aprovechaba
todas las ocasiones para comulgar. Al llegar la
hora de acercarse a la mesa eucarística, Juan, que
estaba a su lado, le veía totalmente absorto en
los pensamientos más profundos y devotos. Todo él
con postura devota, con paso grave, con los ojos
bajos, dando muestras extremas de conmoción, se
acercaba al Santo de los Santos. Al retirarse
después a su sitio, parecía fuera de sí, al verle
tan conmovido y tan penetrado de profunda
devoción. Rezaba, pero su oración era interrumpida
con ((**It1.402**))
sollozos, con suspiros internos y lágrimas; y no
podía contener los transportes de tierna piedad
hasta que empezaba el canto de maitines, al
terminar la misa. Avisado varias veces por Juan de
que contuviera los actos externos de emoción, que
podían chocar a los circunstantes, respondía:
<>. Otras veces decía: <>.
Juan respetaba la ardorosa devoción de Comollo,
pero en su interior sentía aversión a todo lo que
tenía apariencia de singularidad y que pudiera
llamar la atención de los demás. Su piedad no era
menos fervorosa que la de Comollo, pero tenía otro
aspecto. Juan, después de comulgar se retiraba a
su sitio, y allí, con el cuerpo derecho, la cabeza
ligeramente inclinada, los ojos cerrados y las
manos juntas ante el pecho, permanecía inmóvil
durante todo el tiempo de acción de gracias. Nunca
se le oyó un suspiro; veíasele solamente mover de
vez en cuando los labios que pronunciaban en
silencio una jaculatoria; pero saltaba de su
rostro una expresión de fe tan viva, que se
quedaba uno encantado al mirarlo.
Las acciones más simples e indeferentes eran
para Comollo medios oportunos para el ejercicio de
la virtud. Estaba acostumbrado a cruzar las
piernas una sobre otra y a apoyar los codos,
cuando le venía bien, en la mesa, durante el
estudio, o durante la clase. Hasta de esto quiso
corregirse por amor a la virtud, y para
conseguirlo rogó
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