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((**Es1.326**) entendía, para comunicárselas después en tiempo libre a Juan a fin de que se las explicara. Siempre que los seminaristas asistían a las funciones solemnes de la catedral, no solían después rezar el rosario. Pero Comollo no sabía dejar esta especial devoción; y así, terminadas las ceremonias catedralicias, y mientras los demás hacían recreo, él y Juan se retiraban a la capilla para pagar, como solía decir, las deudas con su buena Madre rezando el santo rosario. Devoto amante de Jesús Sacramentado aprovechaba todas las ocasiones para comulgar. Al llegar la hora de acercarse a la mesa eucarística, Juan, que estaba a su lado, le veía totalmente absorto en los pensamientos más profundos y devotos. Todo él con postura devota, con paso grave, con los ojos bajos, dando muestras extremas de conmoción, se acercaba al Santo de los Santos. Al retirarse después a su sitio, parecía fuera de sí, al verle tan conmovido y tan penetrado de profunda devoción. Rezaba, pero su oración era interrumpida con ((**It1.402**)) sollozos, con suspiros internos y lágrimas; y no podía contener los transportes de tierna piedad hasta que empezaba el canto de maitines, al terminar la misa. Avisado varias veces por Juan de que contuviera los actos externos de emoción, que podían chocar a los circunstantes, respondía: <>. Otras veces decía: <>. Juan respetaba la ardorosa devoción de Comollo, pero en su interior sentía aversión a todo lo que tenía apariencia de singularidad y que pudiera llamar la atención de los demás. Su piedad no era menos fervorosa que la de Comollo, pero tenía otro aspecto. Juan, después de comulgar se retiraba a su sitio, y allí, con el cuerpo derecho, la cabeza ligeramente inclinada, los ojos cerrados y las manos juntas ante el pecho, permanecía inmóvil durante todo el tiempo de acción de gracias. Nunca se le oyó un suspiro; veíasele solamente mover de vez en cuando los labios que pronunciaban en silencio una jaculatoria; pero saltaba de su rostro una expresión de fe tan viva, que se quedaba uno encantado al mirarlo. Las acciones más simples e indeferentes eran para Comollo medios oportunos para el ejercicio de la virtud. Estaba acostumbrado a cruzar las piernas una sobre otra y a apoyar los codos, cuando le venía bien, en la mesa, durante el estudio, o durante la clase. Hasta de esto quiso corregirse por amor a la virtud, y para conseguirlo rogó (**Es1.326**))
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