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((**Es1.322**) gran portazo. Los jóvenes presentes no sabían explicarse el motivo de aquella desacostumbrada aspereza. Por la noche, a la hora de cenar estaba don Ciattino en su puesto y comía con aire mustio. Don Bosco le miraba sonriente a la cara, y al fin le habló así -Oiga, don Ciattino; quizá esta mañana, le ofendí. Me metí en un tema, en un terreno que no es el mío. Yo no soy filósofo y, por tanto, me dispensará si le contradije. -Don Ciattino alzó los ojos, se serenó y amenazándole graciosamente con la mano: -Que no es usted filósofo? Dice que no es filósofo?... - Don Francesia estaba presente a esta escena. Hacia 1875 preguntaba don Clemente Bretto a don Bosco: -Los animales no pueden desmerecer ni merecer; entonces por qué el Señor permite sean infelices y los deja sufrir? - Don Bosco, sin la menor perplejidad, respondió inmediatamente poco más o menos así: - Los animales, aunque sufran, no son infelices, porque la felicidad o la infelicidad supone la razón, que los animales no tienen; así que nada se puede arguir contra la bondad o providencia de Dios-. Otro día le preguntaron: -Qué es el temor? - Respondió enseguida: -El temor no es más que la privación de la ayuda de la razón1 ((**It1.398**)). En muchas otras ocasiones, que aquí sería prolijo reseñar, Juan dio pruebas de su aprovechamiento en los estudios filosóficos. Ampliando este nuestro juicio, debemos decir que sólo un atento y afortunado observador podría apreciar sus múltiples y sólidos conocimientos y su erudición filosófica, teológica, bíblica, histórica, moral, casuística, ascética, de derecho canónico, física, matemática, etc. etc. Conocía muy bien cuanto le era necesario para ocupar el puesto que la Providencia le había confiado en su Iglesia. Pero jamás hacía alarde de ello; al contrario, su humilde aspecto no permitía ni sospecharlo: sólo cuando era necesario o conveniente en sus conversaciones ordinarias salía a relucir sin esperarlo, como un rayo de luz que deslumbraba y sorprendía al que no le conocía. Pero esta irradiación no era frecuente, porque, ya desde el principio de su ministerio, envuelto en un verdadero torbellino de ocupaciones, le quedaba poco tiempo para cuestiones científicas y sus palabras, salidas del corazón, se encaminaban principalmente a hacer que sus muchachos amaran la religión y la virtud. Sin embargo, él, en aquellos años asentaba con santa alegría el fundamento de sus conocimientos científicos en medio de una gran 1 Sabiduría, XVII, 11. (**Es1.322**))
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