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gran portazo. Los jóvenes presentes no sabían
explicarse el motivo de aquella desacostumbrada
aspereza. Por la noche, a la hora de cenar estaba
don Ciattino en su puesto y comía con aire mustio.
Don Bosco le miraba sonriente a la cara, y al fin
le habló así -Oiga, don Ciattino; quizá esta
mañana, le ofendí. Me metí en un tema, en un
terreno que no es el mío. Yo no soy filósofo y,
por tanto, me dispensará si le contradije. -Don
Ciattino alzó los ojos, se serenó y amenazándole
graciosamente con la mano: -Que no es usted
filósofo? Dice que no es filósofo?... - Don
Francesia estaba presente a esta escena.
Hacia 1875 preguntaba don Clemente Bretto a don
Bosco: -Los animales no pueden desmerecer ni
merecer; entonces por qué el Señor permite sean
infelices y los deja sufrir? - Don Bosco, sin la
menor perplejidad, respondió inmediatamente poco
más o menos así: - Los animales, aunque sufran, no
son infelices, porque la felicidad o la
infelicidad supone la razón, que los animales no
tienen; así que nada se puede arguir contra la
bondad o providencia de Dios-. Otro día le
preguntaron: -Qué es el temor? - Respondió
enseguida: -El temor no es más que la privación de
la ayuda de la razón1 ((**It1.398**)).
En muchas otras ocasiones, que aquí sería
prolijo reseñar, Juan dio pruebas de su
aprovechamiento en los estudios filosóficos.
Ampliando este nuestro juicio, debemos decir que
sólo un atento y afortunado observador podría
apreciar sus múltiples y sólidos conocimientos y
su erudición filosófica, teológica, bíblica,
histórica, moral, casuística, ascética, de derecho
canónico, física, matemática, etc. etc. Conocía
muy bien cuanto le era necesario para ocupar el
puesto que la Providencia le había confiado en su
Iglesia. Pero jamás hacía alarde de ello; al
contrario, su humilde aspecto no permitía ni
sospecharlo: sólo cuando era necesario o
conveniente en sus conversaciones ordinarias salía
a relucir sin esperarlo, como un rayo de luz que
deslumbraba y sorprendía al que no le conocía.
Pero esta irradiación no era frecuente, porque, ya
desde el principio de su ministerio, envuelto en
un verdadero torbellino de ocupaciones, le quedaba
poco tiempo para cuestiones científicas y sus
palabras, salidas del corazón, se encaminaban
principalmente a hacer que sus muchachos amaran la
religión y la virtud.
Sin embargo, él, en aquellos años asentaba con
santa alegría el fundamento de sus conocimientos
científicos en medio de una gran
1 Sabiduría, XVII, 11.
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