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((**Es1.317**) Pablo: <>.1 El autor de esta carta se hizo después seminarista, y al curso siguiente, lo encontramos con Juan en el mismo seminario de Chieri. Entretanto, Juan iba creciendo en espíritu de piedad, conforme lo atestiguan los que le conocieron en el seminario, y aunque no se sintiera mucho mejor en la salud corporal, sin embargo conservaba la ((**It1.391**)) fuerza extraordinaria, que tantas veces había causado la admiración de sus condiscípulos. Solamente con los dedos doblaba chapitas de cobre o de hierro. Un día, había sonado la hora de entrar en el estudio y no aparecía la llave del salón. La puerta era fuerte. Los seminaristas intentaban por todos los medios, hasta con ganzúas, forzar la cerradura, mas sin conseguir nada. Finalmente, el prefecto dio orden de llamar al carpintero. Juan, que hasta aquel momento había estado algo separado, se adelantó preguntando: -Queréis que abra yo? -Tú? y cómo, ­si es imposible! - Si el prefecto me lo permite, yo la abro de un golpe. -Haz la prueba - dijo incrédulo el prefecto. Entonces Juan dio un golpe a la puerta con un empellón tal que la derribó y, saltando la cerradura, quedó libre la entrada. Los compañeros quedaron mudos de asombro, contemplándolo estupefactos. Pero poco faltó para que esta misma fuerza no le ocasionara la muerte o al menos le causara graves lesiones en las vísceras. Una tarde, no sé por qué motivos dejó el recreo, subió la escalera y contra su costumbre empezó a correr rápidamente hacia un corredor estrecho y oscuro. Un compañero que llevaba unas pantuflas, bajaba también precipitadamente, convencido de que no había estorbo en medio de aquella oscuridad. El uno no vio al otro y hubo un terrible choque. El compañero rebotó unos pasos atrás, Juan quedó en pie unos instantes, pero también cayó al suelo. Los seminaristas, notando la prolongada ausencia de ambos, fueron en su busca y se encontraron con los dos inmóviles, sin sentido, sangrando por la boca, oídos, y nariz. En brazos les llevaron a la enfermería. Juan tardó varias horas en volver en sí. El compañero, menos afortunado, estaba todavía sin sentido al amanecer, y cuando volvió en sí, ((**It1.392**)) parecía como atontado, de suerte que se temía un trastorno en el cerebro. Sólo al anochecer desapareció el aturdimiento y, sin más consecuencias, volvían ambos a encontrarse entre los compañeros con gran alegría de todos. A lo largo de esta historia encontraremos casos semejantes, ocasionados 1 Rom., XII, 15. (**Es1.317**))
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