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interminable, que no dejaba seguir leyendo las
demás composiciones.
Admiraba a los compañeros la facilidad con que
componía y hasta improvisaba poesías. Retenía en
la memoria un tesoro inagotable de versos y de
rimas. Sus estrofas, llenas de brío, estaban a
veces compuestas según las reglas del arte; pero
en general ((**It1.388**)) eran
hijas de la fantasía, y no estaban muy cuidadas en
cuanto a la rima o la medida; a lo mejor quedaban
incompletas, por buscar el efecto del momento, que
realmente obtenían con la belleza de la idea. Por
eso precisamente le llamaban poeta improvisador.
Sus composiciones siempre se inspiraban en temas
religiosos y morales y, con frecuencia, en la
gratitud a los bienhechores.
Los antiguos amigos del colegio municipal de
Chieri no le olvidaban. Los jueves se llenaba la
portería del seminario de muchachos estudiantes,
que iban a llevarle sus cuadernos y sus páginas
para que las examinara. El, la mar de contento,
corregía, anotaba los errores, explicaba las
frases, les repasaba las lecciones que habían oído
en clase. Pero nunca dejaba que se marcharan, sin
un buen pensamiento. Así nos lo refería don
Santiago Bosco.
Pero al que Juan esperaba con mayor ilusión era
siempre a Luis Comollo, que estudiaba retórica
aquel curso. Comollo se merecía el aprecio de
cualquier alma cristiana. Por su inteligencia
despejada, su carácter suavísimo, el cumplimiento
de sus deberes hasta el escrúpulo, la limpieza de
sus costumbres, su constancia en el bien, su amor
por la oración y los Sacramentos, resultaba un
ángel, que excitaba a los compañeros a imitar su
conducta. Iba muchas veces al seminario para
visitar a Juan: ícómo volaba aquella hora en la
que los dos corazones, llenos de amor a Dios, se
manifestaban los proyectos de una vida
que habían consagrado a la salvación de las almas!
Juan no tenía secretos para Comollo, ni éste para
Juan. Por eso, aquel año en que Juan estuvo
separado de Comollo, pudo conocer todo lo que
hacía y decía el amigo, por él mismo, por los
compañeros; y todo lo guardaba celosamente en su
corazón.
Hasta los condiscípulos, trasladados por sus
padres a colegios lejanos, o que se habían quedado
en su casa, mantenían correspondencia epistolar
((**It1.389**)) con
Juan. La amistad no se apaga por la distancia, si
está alimentada por la caridad. El mismo Juan
rompió la mayor parte de aquellas cartas. Entre
las que se conservaron, hay una que creemos merece
transcribirse. Se la envió un compañero que
estudiaba filosofía no se sabe en qué otro centro
de educación. Dice así:
(**Es1.315**))
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