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recibió el encargo de dos panegíricos, y Juan,
viéndolo apurado, se ofreció a escribírselos, como
lo hizo, y se los dio después para que los
aprendiera de memoria. Y no sólo mientras estuvo
en el seminario, sino también más tarde, ya en
Turín, a la menor petición prestaba a los amigos
en sus cuadernos y sermones para que se sirvieran
de ellos como quisieran: lo que ocasionó se
perdieran muchos de sus manuscritos.
Su connatural eutrapelia demostraba la
tranquilidad inalterable de su alma. Durante el
recreo divertía a sus condiscípulos con chanzas y
bromas decentes y agradables. A veces, proponía la
explicación de ciertas frases latinas, que
generalmente contenían un pensamiento mortal.
Otras, tomaba una varita que apoyaba solamente en
el dedo pulgar, la manipulaba en todos los
sentidos, la hacía saltar, rodar rápidamente y al
fin volvía a quedar inmóvil sobre el dedo. De
cuando en cuando, en los primeros años, a
instancias de los compañeros, hacía algún juego de
prestidigitación. Don Cafasso no había aprobado su
propósito radical del día en que vistió el hábito
eclesiástico ((**It1.387**)).
Siempre tenía nuevas ocurrencias para excitar
la alegría. Un día dice a sus compañeros de
dormitorio que era capaz de afeitarse con una
navaja de madera. Ellos, aunque acostumbrados a
contemplar siempre nuevas sorpresas, dicen que eso
es imposible. Juan lo afirma categóricamente. Se
hacen apuestas y se fija la hora de la prueba.
Acuden todos a su habitación y lo encuntran
afeitándose con una navaja ordinaria. -Dónde está
la navaja de madera?- Pues vaya! cómo me llamo
yo? -Bosco!- De quién es esta navaja? -Tuya!-
Luego es navaja de Bosco, de modo que habéis
perdido la apuesta. - La apuesta y el diálogo se
habían hecho en piamontés, y en este dialecto
bosco es lo mismo que madera. Los compañeros se
extrañaron al principio de no haber caído en la
cuenta de una cosa tan fácil, pero acabaron por
darle la razón y soltaron una gran carcajada.
Tenía Juan una gracia tan singular para contar
historietas como no es posible imaginar: excitaba
siempre la hilaridad de quien le oía. Pero él, que
era serio por temperamento y carácter, jamás reía
descompasadamente, ni aún con las cosas más
graciosas.
Con ocasión del onomástico del rector del
seminario solían encargarle que hiciera una poesía
en griego. Una vez, cuando todos esperaban de él
una composición seria salió con un soneto jocoso.
El primer verso en latín, el segundo en francés,
el tercero en italiano, el cuarto en piamontés y
así sucesivamente. Hubo una carcajada
(**Es1.314**))
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