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desayuno, quedándose en ayunas a una edad en la
que tan viva se siente la necesidad de nutrirse,
con tal de poder alimentarse con las carnes
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inmaculadas de Jesús Sacramentado. Su confesor,
durante todo el tiempo que vivió en el seminario
fue el canónigo Maloria, que ya lo había sido
antes durante los años del gimnasio.
Juan se había impuesto la obligación de no
perder ni un minuto de tiempo, y no se conformaba
con las horas de clase y estudio para las materias
filosóficas. <((**It1.380**)) debía
aportar cada cual la solución de la dificultad de
que se había hecho cargo>>.
Pero esto no bastaba para colmar las ansias que
Juan sentía por adquirir siempre nuevos
conocimientos. Era siempre el primero en
levantarse de la cama;a toda prisa se vestía, se
lavaba, arreglaba la cama y ponía en orden sus
cosas, conforme prescribía el reglamento; después
se retiraba al vano de una ventana y leía durante
casi un cuarto de hora algún libro, hasta que
sonaba la campana para bajar a la capilla. Por más
voluminoso que fuese el libro que llevaba entre
manos no lo cambiaba por otro hasta haberlo leído
entero. Ponía en ello toda su atención, ya que, no
leía sólo por gusto o curiosidad, sino para
aprender y retener en la memoria. Hasta el prólogo
e introducción
(**Es1.309**))
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