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madre, es decir, me junté con los devotos de María
y amantes del estudio y la piedad. Debo decir,
para norma de quien entra en un seminario, que
allí hay muchos clérigos de virtud sin tacha, pero
que también los hay peligrosos. No pocos jóvenes,
sin preocuparse de su vocación, van al seminario
sin poseer el espíritu y la voluntad del buen
seminarista. Es más; recuerdo haber oído a algunos
compañeros conversaciones realmente malas. Y una
vez, al registrar a algunos alumnos, les
encontraron libros impíos y obscenos de todo
género. Es cierto que semejantes compañeros, o
dejaban espontáneamente la sotana o eran
despedidos del seminario tan pronto como se les
descubría. Pero, entre tanto, constituían la peste
para los buenos y para los malos. Para evitar el
peligro de tales compañeros, elegí a algunos que
eran públicamente tenidos por modelos de virtud y
entre éstos a Guillermo Garigliano.
>>Las prácticas de piedad se cumplían
verdaderamente bien. Todas las mañanas teníamos
misa, meditación y la tercera parte del rosario;
durante la ((**It1.378**)) comida,
lectura edificante. Por entonces se leía la
historia eclesiástica de Bercastel. La confesión
era obligatoria cada quince días, pero quien lo
deseara, podía hacerla cada sábado. En cambio, la
santa comunión sólo se podía recibir los domingos
o en especiales solemnidades. Algunas veces se la
recibía durante la semana, mas para ello había que
buscar un subterfugio: había que elegir la hora
del desayuno e irse, medio a escondidas, a la
contigua iglesia de San Felipe, comulgar, y volver
a juntarse con los compañeros en el momento en que
entraban en el estudio o en la clase. Esta
infracción del horario estaba prohibida; pero los
superiores consentían tácitamente, ya que lo
sabían, y, a veces lo veían y no decían nada. De
este modo pude frecuentar bastantes veces la
comunión, de la que puedo decir fue el alimento
principal de mi vocación. Ya se ha remediado este
defecto en la vida de piedad desde que, por
disposición del arzobispo Gastaldi, se ordenaron
las cosas de forma que cada mañana se pudieran
acercar a la comunión cuantos quisieran hacerlo>>.
Para el que ama verdaderamente a Nuestro Señor
Jesucristo es ciertamente doloroso esta privación.
Jesús es su consuelo, su fuerza, su sostén, la
vida de su vida; sin él le parece desfallecer. Es
el centro de sus deseos, ansía ardientemente
recibirlo con frecuencia, y sufre grandemente
cuando no le es dado unirse al que ama su corazón.
Esto le sucedía al clérigo Juan Bosco; le parecía
efectivamente que no podía vivir sin comulgar. Y
por eso, él con algunos otros compañeros, varias
veces a la semana se privaba con gusto del recreo
y del
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