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((**Es1.308**) madre, es decir, me junté con los devotos de María y amantes del estudio y la piedad. Debo decir, para norma de quien entra en un seminario, que allí hay muchos clérigos de virtud sin tacha, pero que también los hay peligrosos. No pocos jóvenes, sin preocuparse de su vocación, van al seminario sin poseer el espíritu y la voluntad del buen seminarista. Es más; recuerdo haber oído a algunos compañeros conversaciones realmente malas. Y una vez, al registrar a algunos alumnos, les encontraron libros impíos y obscenos de todo género. Es cierto que semejantes compañeros, o dejaban espontáneamente la sotana o eran despedidos del seminario tan pronto como se les descubría. Pero, entre tanto, constituían la peste para los buenos y para los malos. Para evitar el peligro de tales compañeros, elegí a algunos que eran públicamente tenidos por modelos de virtud y entre éstos a Guillermo Garigliano. >>Las prácticas de piedad se cumplían verdaderamente bien. Todas las mañanas teníamos misa, meditación y la tercera parte del rosario; durante la ((**It1.378**)) comida, lectura edificante. Por entonces se leía la historia eclesiástica de Bercastel. La confesión era obligatoria cada quince días, pero quien lo deseara, podía hacerla cada sábado. En cambio, la santa comunión sólo se podía recibir los domingos o en especiales solemnidades. Algunas veces se la recibía durante la semana, mas para ello había que buscar un subterfugio: había que elegir la hora del desayuno e irse, medio a escondidas, a la contigua iglesia de San Felipe, comulgar, y volver a juntarse con los compañeros en el momento en que entraban en el estudio o en la clase. Esta infracción del horario estaba prohibida; pero los superiores consentían tácitamente, ya que lo sabían, y, a veces lo veían y no decían nada. De este modo pude frecuentar bastantes veces la comunión, de la que puedo decir fue el alimento principal de mi vocación. Ya se ha remediado este defecto en la vida de piedad desde que, por disposición del arzobispo Gastaldi, se ordenaron las cosas de forma que cada mañana se pudieran acercar a la comunión cuantos quisieran hacerlo>>. Para el que ama verdaderamente a Nuestro Señor Jesucristo es ciertamente doloroso esta privación. Jesús es su consuelo, su fuerza, su sostén, la vida de su vida; sin él le parece desfallecer. Es el centro de sus deseos, ansía ardientemente recibirlo con frecuencia, y sufre grandemente cuando no le es dado unirse al que ama su corazón. Esto le sucedía al clérigo Juan Bosco; le parecía efectivamente que no podía vivir sin comulgar. Y por eso, él con algunos otros compañeros, varias veces a la semana se privaba con gusto del recreo y del (**Es1.308**))
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