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superiores. El digno sacerdote me respondió: -Una
cosa sola: el exacto cumplimiento del deber-.
>>Tomé este consejo como base y me entregué con
toda el alma a la observancia del reglamento del
seminario. En cuanto a puntualidad no hacía
diferencia ninguna tanto nos llamase la campana al
estudio como a la iglesia, al recreo como al
comedor, o al dormitorio. Esta exactitud me ganó
el aprecio de los compañeros y de los superiores,
de tal manera que los seis años de seminario
constituyeron para mí un período muy feliz de mi
vida. Tanto más que los estudios estaban muy
atendidos.
>>A más de esto me hacía amable aquel lugar el
nombre de don Cafasso. Aún permanecía en aquel
sagrado recinto el perfume de sus virtudes: su
caridad con los compañeros, su sumisión ((**It1.375**)) a los
superiores, su paciencia para aguantar los
defectos ajenos, su cautela para no molestar a
ninguno, su amabilidad para condescender,
aconsejar, favorecer a los compañeros, su
indiferencia ante los manjares a la hora de comer,
su resignación a los cambios de estaciones, su
prontitud para enseñar catecismo a los muchachos,
su compostura edificante en todos los lugares, su
aplicación en el estudio y su diligencia en la
piedad. Estas cualidades llevadas hasta el
heroísmo, hicieron que los compañeros y amigos de
Cafasso se acostumbraran a decir entre ellos que
el clérigo Cafasso había sido concebido sin mancha
de pecado original>>. El seminarista Juan Bosco
quiso tomar por modelo a aquel paisano suyo. La
virtud extraordinaria de Cafasso consistió en
practicar constantemente y con maravillosa
fidelidad las virtudes ordinarias. Este fue
también el propósito que tomó Juan Bosco al entrar
en el seminario, propósito
que mantuvo siempre durante todo el curso de su
vida.
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