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Chieri. Durante los cuatro años que frecuenté
aquellas escuelas, no recuerdo haber oído una
conversación o una sola palabra contra las buenas
costumbres o contra la religión. Terminado el
curso de retórica, de los veinticinco alumnos que
componían la clase, veintiuno abrazaron el estado
eclesiástico; tres se hicieron médicos y uno
comerciante>>.
Pasado el examen para la toma de sotana con
óptimo resultado, Juan fue a despedirse del
colegio (equivalente a un instituto nacional de
hoy). El doctor teólogo Bosco y otros conspicuos
personajes nos contaron que fue algo maravilloso
el ver cómo Juan había sabido ganarse no sólo el
corazón de sus compañeros, sino también el del
prefecto de estudios, el del director espiritual y
el de cada uno de los profesores, los cuales le
profesaban tan grande afecto, que siempre
quisieron tenerlo ((**It1.365**)) como
amigo y confidente. Su profesor de retórica (el ya
mencionado homónimo suyo Juan Bosco), doctor en
letras y profesor en la Universidad de Turín,
quiso, al terminar el curso, que Juan fuese su
amigo y le tutease. Baste esto para demostrar el
aprecio que dispensaron al pobre campesino de I
Bechhi. La razón de esto fue su virtud y un algo
que sobresalía en todas su acciones y lo hacía aún
más amable. Confirmo todo lo ya dicho, para que el
lector no se forme un juicio equivocado. Aunque
activo y emprendedor, era lento y reposado en el
obrar; rico de ideas y de una gran facilidad para
exponerlas oportunamente; era parco en palabras,
especialmente con los superiores. Así le conocimos
durante muchos años y así era de joven. Al
observarle tantas veces y oír hablar de él a sus
contemporáneos, recordábamos las palabras del
Eclesiástico, como si fueran su vivo retrato:
<>.1
De vuelta a su pueblo, oigámosle a él mismo
cuál fue su tenor de vida. <((**It1.366**))
observando que muchos eran ya mayorcitos, pero muy
ignorantes de las verdades de la fe, me apresuré a
enseñarles, en primer
1 XXXII, 7-10.
(**Es1.298**))
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