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el camino, y cerca de las once llegábamos a
Pinerolo. Estuve dos días más en Pinerolo siempre
la mar de bien, y finalmente volví a Chieri el día
dieciséis. Lleno de encargos y saludos para el
señor Valimberti, subí a la diligencia, llegué a
Turín y de allí seguí a Chieri. Empleé en este
viaje siete días, que me parecieron siete horas,
pues lo mismo en Barge que en Pinerolo, aunque sin
merecerlo, fui tratado con los mayores honores que
expresar se puedan. Perdonadme, soy un pobre
muchacho que...>>,etc.
No fue este el único viaje que hizo a Pinerolo.
Adelantamos los hechos para no complicar la
narración. Aníbal Strambio era un joven excelente
que había mostrado deseos de abrazar la carrera
eclesiástica. Por esto, al año siguiente, 1836,
escribía Juan a su padre:
<((**It1.354**)) o no,
pues no he tenido contestación, he creído
conveniente escribirle a usted rogándole haga el
favor de darle la presente.
>>No sé si Anibal estudia en Pinerolo o dónde;
no sé siquiera si es seminarista o seglar: me dijo
que iría a examinarse para vestir la sotana y que
hablaríamos los dos con tal motivo; pero, a causa
del cólera que entonces amenazaba nuestra comarca,
yo no pude hablar con Aníbal y después no supe si
se presentó o no a examen. Yo estudio el primer
curso de filosofía en el seminario de Chieri.
Deseo vivamente tener noticias de usted, al igual
que de la señora Strambio, pues no puedo olvidar
la generosidad que conmigo tuvieron cuando estuve
en Pinerolo. Supe que Domingo estuvo enfermo y no
sé si se restableció del todo. En fin, deseo tener
noticias de toda su familia...>>
La respuesta fue que Aníbal había vestido el
hábito talar. Pero no era éste el camino por donde
el Señor le quería. Estaba ya en teología, cuando
le entraron dudas sobre su vocación. Para un
seminarista de buena conducta y conciencia
delicada resulta muy dolorosa esta incertidumbre,
mucho más si no se encuentra un consejero de
suficiente ciencia, experiencia y piedad para
determinar sin vacilación el camino a seguir. Peor
aún, si lo encuentra y no pone en él toda su
confianza. Añádase a esto el pensamiento de
empezar a desagradarle a uno el estado clerical,
en el cual ha estado pensando habitualmente como
en el mayor de los bienes; el temor de ir contra
la voluntad de Dios, acariciando otros ideales; el
no sentir valor para volver atrás de ese camino,
después de varios años de vestir sotana; la
repugnancia a manifestar a los superiores sus
luchas internas, que podrían ser tenidas por
veleidades sin fundamento; la atención a los
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