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me tomó la mano, me besó casi llorando y quería
decirme muchas cosas, pero no podía proferir
palabra embargado como estaba por la alegría.
También yo estaba conmovido. Calmado el primer
alborozo del corazón, empezamos a hablar con gran
satisfacción de varias cosas camino de su casa. Me
recibieron en ella con gran amabilidad. Allí
estuve dos días. Imposible explicar cómo lo pasé;
solamente diré que fueron dos días de cielo.
Dondequiera íbamos de paseo o para cualquier
asunto, nos invitaban todos a ir a su casa, y si
decíamos que no, nos tomaban del brazo y nos
llevaban con infinitas muestras de cortesía.
Fuimos a ver al vicario y al prefecto de las
escuelas, y al alcalde, al vicealcalde y al
hostelero Balbiano pariente del de Chieri. Todos
nos recibieron espléndidamente.
>>A los dos días, decidí marcharme. Mi profesor
quería a toda costa que me quedara todavía y me
escondió ((**It1.351**)) el
paraguas; pero al verme resuelto, se resignó, y me
acompañó durante cinco millas y media. Al llegar a
este punto del camino nos sentamos en un ribazo y
charlamos un rato; pero al intentar despedirme de
él, se calló. Yo quería hablar y no podía.
Calmados un tanto, charlamos un rato de cosas
confidenciales que debían quedar entre nosotros
dos, nos levantamos y nos separamos con un apretón
de manos. Aceleré el paso y llegué a Pinerolo.
Aquí, de nuevo las atenciones y de nuevo las
preguntas sobre el viaje y el profesor Banaudi.
>>Aníbal y yo resolvimos ir de paseo hacia
Fenestrelle. Para ello pedimos el cochecito al
ilustre Alberto Nota, el más famoso escritor de
comedias de nuestro tiempo. Nos lo prestó de buena
gana y lo hizo aparejar y equipar del todo.
Cargamos algunas provisiones, subimos al coche y
salimos de Pinerolo.
>>El primer pueblo que pasamos se llama Porte,
situado como un nido entre las rocas, después
Floé, en el camino real que costea el Chiusone.
Este río duplica las aguas del Po. Al otro lado
del camino se eleva una alta cadena de montañas.
Finalmente, a lo lejos divisamos una montaña
altísima que se llama Malanagi o Malandaggio, que
parecía cubierta de nieve, pero no era así; pues
ya más cerca, vimos que era un monte de piedra
blanca, en cuya falda había alrededor de mil
quinientos hombres que trabajaban en aquella
cantera. Desde la cumbre colgaban unas cuerdas
hasta el fondo, pues las rocas son tan lisas y tan
cortadas a pico que ni los gatos podrían trepar
por ellas. Los obreros se agarran a estas gruesas
cuerdas y suben hasta donde quieren abrir la mina.
Una vez allí, clavan en la piedra viva dos hierros
puntiagudos ((**It1.352**)) para
sostener un tablón, y, sentados en él, hacen el
hueco para la mina, lo llenan de pólvora y ponen
una
(**Es1.288**))
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