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vecino, don Bertinetti. Fue, pues, un día a
visitarlo, y aterrorizado le dijo: -Señor, vengo a
usted por un asunto serio de conciencia. íMe
parece que tengo en mi casa un mago! - Y contó al
buen sacerdote una retahíla de cosas que había
visto y de cosas que no había visto, pero que
sospechaba, y se las pintó con tan vivos colores,
que traspasó a don Bertinetti su
propia persuasión. Este, creyendo descubrir en
aquellos juegos ((**It1.346**)) una
especie de magia blanca, decidió contar el caso al
delegado de escuelas, que lo era en aquel momento
un respetable eclesiástico, el canónigo Burzio,
arcipreste y párroco de la catedral. El campanero
de la catedral, Pogliano, en cuya casa seguía
encerrándose Juan para estudiar, fue el encargado
de avisar al joven que se presentara al canónigo
para examinarlo, a pesar de que el mismo
campanero, que conocía íntimamente a Juan,
tranquilizara el respecto al arcipreste.
El canónigo Burzio era un eclesiástico muy
instruido, piadoso y prudente. Juan llegó a su
casa mientras él rezaba el breviario y un momento
después de haber dado una limosna a un pobrecito.
El buen canónigo, le miró sonriente y le hizo
señal de que esperara un poco: después le dijo que
le siguiera a su despacho, y empezó a preguntarle
sobre la fe, es decir, el catecismo. Juan
respondió maravillosamente, mas previendo donde
iba a terminar aquel exordio, apenas si podía
contener la risa. El sacerdote pasó a preguntarle
cómo empleaba el día y las respuestas fueron más
que satisfactorias. El hablar del muchacho era
franco, razonable la exposición de las cosas, y no
aparecía sombra de engaño en sus modales. Con
todo, no satisfecho el examinador todavía, siguió
preguntándole con palabras corteses, pero con
aspecto severo: -Hijo mío, estoy satisfecho de tu
aplicación y de la conducta que has observado
hasta ahora; pero se cuentan muchas cosas de ti...
Me dicen que conoces el pensamiento ajeno, que
adivinas el dinero que los demás llevan en sus
bolsillos, que haces ver blanco lo negro y lo
negro blanco, que conoces los hechos mucho antes
de que sucedan y otras cosas por el estilo. Das
mucho que hablar, y alguien ha llegado a sospechas
que te sirves de la magia, y que en tus obras
puede haber intervención del diablo. Dime, pues:
quién te enseñó todas estas ciencias? Adónde
fuiste a aprenderlas?, dímelo con toda confianza;
te doy mi palabra de que únicamente me serviré de
ello, para tu bien. ((**It1.347**))
Con mucha naturalidad Juan le pidió cinco
minutos de tiempo para responder y le invitó a que
le dijera la hora exacta. El canónigo metió la
mano en el bolsillo y no encontró el reloj. Si no
tiene el reloj, añadió Juan, al menos déme una
moneda de cinco céntimos.
(**Es1.285**))
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