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y al ver por el aire brazos y piernas en medio de
un vocerío de padre y muy señor mío, se puso a
gritar repartiendo palmetazos a derecha e
izquierda. Iba a descargar la tempestad sobre mí,
pero antes hizo que le contaran la causa de aquel
jaleo; y luego dispuso que se repitiera la escena
o, mejor, la prueba de aquella mi fuerza. Rió el
profesor, rieron todos los alumnos y fue tal la
admiración, que no pensó más en el castigo que me
había merecido>>.
Admiramos la humildad de Juan al relatar el
hecho. No resulta fácil admitir que su ánimo
generoso no experimentara una fuerte sacudida al
ver tratar tan brutalmente a un inocente muchacho.
Quién, en su caso, no hubiera hecho lo mismo, aun
teniendo menos coraje? <>, ha dicho el Espíritu Santo 1. Por
otra parte Juan exagera sin duda el hecho. Todos
sus compañeros de ((**It1.377**))
estudios, al contarnos los años de su juventud,
convienen en pintarlo, como un modelo de
mansedumbre, y nosotros sabemos que él, golpeado e
insultado, soportó pacientemente la injuria sin
defenderse. Por otra parte, el profesor no hubiera
hecho repetir la escena, de no haber tenido el
carácter de justa defensa, y de descomedida
venganza con peligro de algún daño para la clava
viviente o para los sacudidos. Cuando el mismo don
Bosco contaba alguna vez esta anécdota a sus
sacerdotes durante el tiempo de recreo,k la
presentaba cómicamente con tal mezcla de broma y
de serio, que hacía desternillarse de risa a los
que escuchaban. Con todo, si esto fue un chispazo
de su ardoroso temperamento, demuestra los
heroicos esfuerzos que debía hacer continuamente
para refrenarse, hasta el punto de que cuantos le
conocieron a lo largo de su vida le consideraban
como el más manso de los hombres. Vemos en él
realmente cumplido lo que dice el Espíritu Santo
sobre el hombre justo. <>.2
Después de la descripción del hecho mencionado,
sigue diciendo don Bosco en su manuscrito:
<(**Es1.278**))
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