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clases. Una vez en el puesto que le habían
señalado, no se levantaba sino para aquello que el
deber le prescribía.
>>Es costumbre de los estudiantes pasar el
tiempo de entrada con bromas, juegos y saltos
peligrosos. Los más disipados y menos amigos del
estudio se entregan de lleno a esas cosas y son
los que se hacen más célebres. Invitaban también a
esto al modesto jovencito, pero él se excusaba
siempre diciendo que no tenía práctica ni
habilidad para aquellos juegos. Pero un día cierto
compañero insolente se le acercó mientras él, sin
preocuparse del griterío de los demás, leía o
estudiaba. Le tomó por un brazo, con palabras y
sacudidas violentas, pretendiendo obligarlo a
tomar parte en aquellos saltos descomedidos que se
hacían en el aula. -No sé, respondió el otro
humildemente y mortificado, no sé; nunca he jugado
a estos juegos; no tengo práctica y me expongo
a hacer el rídiculo. -Pues has de venir; de lo
contrario, te obligaré a patadas y bofetones.
-Puedes pegarme lo que quieras, pero no sé, no
puedo y no quiero.
>>El mal educado y perverso condiscípulo,
agarrándolo por el brazo, lo arrastró y le
((**It1.334**)) dio un
par de bofetadas, que resonaron por toda el aula.
Ante aquel espectáculo, sentí hervir la sangre en
mis venas, y esperaba que el ofendido lógicamente
se vengase; tanto más cuanto que el ultrajado era
mucho mayor que el otro en estatura y en edad.
Pero cuál no fue mi maravilla, cuando el joven
desconocido, con la cara enrojecida y casi lívida
y dando una mirada de compasión a su confesor, le
dijo
solamente: -Si con esto quedas satisfecho, dalo
por terminado; yo te perdono.- Aquel acto heroico
despertó en mí el deseo de saber su nombre: era
Luis Comollo, sobrino del cura de Cinzano, de
quien tantos encomios se habían oído en la pensión
de Marchisio>>.
Luis Comollo había nacido el 7 de abril de 1817
en la aldea llamada Apra del ayuntamiento de
Cinzano, en donde era párroco don José Comollo,
tío suyo paterno, docto y santo eclesiástico.
Desde niño había demostrado gran inclinación a la
piedad; chiquito todavía, reunía los días festivos
durante las horas de recreo a algunos de sus
paisanos para contarles ejemplos edificantes; a
los diez años se había ganado tanta estima de los
aldeanos, que, si alguno se atrevía a pronunciar
en su presencia palabras
obscenas, le decían: -íCalla, que te oye Luis!
-Cuando llevaba el ganado a pastar él solo o con
otros pastorcillos, leía libritos espirituales y a
veces los invitaba a rezar o a cantar letrillas
piadosas. Honraba a la Virgen dejando algo de la
comida o de la fruta que le daban, diciendo: -Esto
hay que regalárselo a María. -El día de su primera
comunión regaló un
(**Es1.276**))
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