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((**Es1.270**) zambullirnos en el agua, confiando en su habilidad y sin conocer los remolinos de la peligrosa fuente roja se echó el primero. Estábamos nosotros esperando que saliera a la superficie y nos llevamos un chasco. Empezamos a gritar, acudió gente, se emplearon todos los medios, y aunque con peligro de algunos, después de hora y media se logró sacar el cadáver-. La desgracia causó en todos una profunda tristeza, y ni aquel año ni al siguiente se oyó decir que nadie apuntara la idea de ir a nadar. Entretanto, el año de humanidades tocaba a su fin. En agosto de 1834, el profesor Lanteri llegaba a Turín a Chieri para presidir los exámenes. Juan fue en seguida a visitarle. -Qué desea, mi amigo?, le preguntó Lanteri. -Una sola cosa: que me dé buena calificación.-íEso es hablar claro! -exclamó Lanteri, sonriendo. -Es que yo soy muy amigo del profesor Gozzani.-De veras? íEntonces también lo seremos nosotros! -íEstupendo! Pero sepa que Gozzani me ha dado buenas notas. -Al llegar el día del examen, encontraron a Juan ((**It1.327**)) preparadísimo. Preguntado sobre Tucídides, respondió maravillosamente. Entonces Lanteri tomó en mano un volumen de Cicerón y le dijo: -Qué quieres que veamos de Cicerón? -Lo que le parezca. -Lanteri abrió el libro y cayeron bajo sus ojos las Paradojas.-Quieres traducir? -Encantado, y si usted me lo permite, estoy dispuesto a recitarlas de memoria. -Posible? - Y Juan, sin más, empezó a recitar el título en griego y luego siguió adelante. -íBasta!, exclamó maravillado el profesor Lanteri, al llegar a cierto punto; dame la mano; quiero que seamos amigos de verdad. -Y empezó a hablar familiarmente con él de cosas ajenas a la escuela. Sus profesores, especialmente el doctor Banaudi, le aconsejaron pidiera ser examinado para seguir filosofía y, en efecto, fue aprobado para ello. Pero como le gustaban las letras, después de pensarlo, creyó mejor seguir las clases y hacer el curso de retórica, o sea el quinto de gimnasio. Algunos profesores amigos suyos, a los cuales había pedido consejo, aprobaron su decisión, especialmente porque así se perfeccionaría para escribir, adquiriendo pureza y propiedad de estilo. No preveía entonces Juan que el Señor quería le sirviera también con la pluma, y que sus escritos, tan del gusto del pueblo, íprocurarían la salvación de millares de almas! Dando gracias a Dios por el feliz éxito de sus exámenes, Juan volvió junto a su madre, y, según su costumbre, ayudaba a su hermano José en la granja de Susambrino, continuando también el estudio de sus libros predilectos y las reuniones con los muchachos sus amigos. En uno de aquellos primeros días de vacación, mientras (**Es1.270**))
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