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aguerrido, a cuyo flanco se pudieran agrupar las
fuerzas sectarias, de nada servirían los
movimientos itálicos. Pero, qué príncipe habría
aceptado la invitación de las sectas y de qué modo
le podrían inducir a secundarlas? Máximo de
Azeglio les señalaba a Carlos Alberto y el
Piamonte 1. Con el pretexto especioso y noble de
la independencia de Italia, se bautizaría ((**It1.12**)) con el
nombre de política la serie de falsos principios y
de hechos consumados, que llevarían adelante su
guerra contra Roma, contra el Papa, contra la
Iglesia y contra Dios.
Así estaban las cosas, cuando apareció en la
escena del mundo don Juan Bosco. El, amante como
el que más de la prosperidad y de la gloria de su
patria, habiendo comprendido inteligentemente el
tiempo que le tocó vivir, vio claramente a qué
desastres la habría de llevar la perturbación del
orden providencial que había situado en Italia la
sede temporal e independiente del Papado. La
historia, que él había estudiado con tanto amor,
le demostraba que, siempre que los pueblos se
habían declarado en contra del Vicario de
Jesucristo, se habían cumplido las palabras de
Isaías: Terra infecta est ab habitatoribus suis,
quia transgressi sunt leges, mutaverunt ius,
dissipaverunt foedus sempiternum. Propter hoc
maledictio vorabit terram. (<>). He aquí por qué el programa de don
Bosco fue siempre éste: Todo con el Papa, por el
Papa, amando al Papa.
1 FARINI, Stato Romano, I, 101.
2 ISAIAS, XXIV, 5-6.(**Es1.27**))
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