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((**Es1.267**) -Qué bien? Es que es algún bien hacerle a uno renegar de su religión? -Cálmese, buena señora, le dijo Juan, y escúcheme. Yo no he buscado a su hijo Jonás; nos hemos encontrado en la librería de Elías. Nos hicimos amigos sin saber cómo; él me aprecia y yo le ((**It1.323**)) aprecio también mucho y, como amigo suyo de verdad, deseo que salve su alma y que pueda conocer la religión fuera de la cual no hay salvación para nadie. Advierta que yo le he dado un libro a su hijo, diciéndole únicamente que conozca nuestra religión y que, si él se hace cristiano, no abandona la religión hebrea, sino que la perfecciona. -Si él se hace cristiano, deberá dejar a nuestros profetas, pues los cristianos no admiten a Abrahán, Isaac y Jacob, ni a Moisés ni a los profetas. -Nosotros creemos en todos los santos patriarcas y en todos los profetas de la Biblia. Sus escritos, sus palabras, sus profecías, constituyen el fundamento de la fe cristiana. -Si estuviera aquí nuestro rabino, él sabría responder. Yo no sé ni la Mishná ni las Gemara (las dos partes del Talmud); pero qué será de mi pobre Jonás? Dicho esto se fue. Sería largo contar aquí las molestias que tuvo que sufrir Juan y los muchos ataques que le dirigían la madre, el rabino y los parientes de Jonás. Y no hubo amenaza, ni violencia que no empleasen también contra el animoso joven hebreo. Todo lo soportó y siguió instruyéndose en la fe. Como peligraba su vida en familia, se vio obligado a abandonar su casa y vivió casi de limosna. Pero muchos le socorrieron. Y para que todo procediese con la debida prudencia, Juan puso a su amigo en manos de un sabio sacerdote que le prodigó cuidados paternales. Cuando estuvo bien instruido en religión y se decidió a hacerse cristiano, se celebró una gran fiesta, que fue de edificación para toda la ciudad y de estímulo para otros judíos, algunos de los cuales abrazaron más tarde el cristianismo. Los padrinos fueron los esposos Carlos y Octavia Bertinetti, los cuales proveyeron al neófito de cuanto necesitaba, ((**It1.324**)) de forma que, hecho cristiano, pudo ganarse honestamente el pan con su trabajo. El nombre que se le puso fue el de Luis. Observó una vida verdaderamente cristiana y mantuvo siempre amistad y viva gratitud con Juan Bosco. Iba a veces a visitarlo a Turín. El que escribe estas páginas lo encontró hacia 1880 en el Oratorio de San Francisco de Sales. (**Es1.267**))
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