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-Qué bien? Es que es algún bien hacerle a uno
renegar de su religión?
-Cálmese, buena señora, le dijo Juan, y
escúcheme. Yo no he buscado a su hijo Jonás; nos
hemos encontrado en la librería de Elías. Nos
hicimos amigos sin saber cómo; él me aprecia y yo
le ((**It1.323**)) aprecio
también mucho y, como amigo suyo de verdad, deseo
que salve su alma y que pueda conocer la religión
fuera de la cual no hay salvación para nadie.
Advierta que yo le he dado un libro a su hijo,
diciéndole únicamente que conozca nuestra religión
y que, si él se hace cristiano, no abandona la
religión hebrea, sino que la perfecciona.
-Si él se hace cristiano, deberá dejar a
nuestros profetas, pues los cristianos no admiten
a Abrahán, Isaac y Jacob, ni a Moisés ni a los
profetas.
-Nosotros creemos en todos los santos
patriarcas y en todos los profetas de la Biblia.
Sus escritos, sus palabras, sus profecías,
constituyen el fundamento de la fe cristiana.
-Si estuviera aquí nuestro rabino, él sabría
responder. Yo no sé ni la Mishná ni las Gemara
(las dos partes del Talmud); pero qué será de mi
pobre Jonás?
Dicho esto se fue. Sería largo contar aquí las
molestias que tuvo que sufrir Juan y los muchos
ataques que le dirigían la madre, el rabino y los
parientes de Jonás. Y no hubo amenaza, ni
violencia que no empleasen también contra el
animoso joven hebreo. Todo lo soportó y siguió
instruyéndose en la fe. Como peligraba su vida en
familia, se vio obligado a abandonar su casa y
vivió casi de limosna. Pero muchos le socorrieron.
Y para que todo procediese con la debida
prudencia, Juan puso a su amigo en manos de un
sabio sacerdote que le prodigó cuidados
paternales. Cuando estuvo bien instruido en
religión y se decidió a hacerse cristiano, se
celebró una gran fiesta, que fue de edificación
para toda la ciudad y de estímulo para otros
judíos, algunos de los cuales abrazaron más tarde
el cristianismo. Los padrinos fueron los esposos
Carlos y Octavia Bertinetti, los cuales proveyeron
al neófito de cuanto necesitaba, ((**It1.324**)) de
forma que, hecho cristiano, pudo ganarse
honestamente el pan con su trabajo. El nombre que
se le puso fue el de Luis. Observó una vida
verdaderamente cristiana y mantuvo siempre amistad
y viva gratitud con Juan Bosco. Iba a veces a
visitarlo a Turín. El que escribe estas páginas lo
encontró hacia 1880 en el Oratorio de San
Francisco de Sales.
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