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veces me sucedió que me pillaba la hora de
levantarme con las Décadas de Tito Livio entre las
manos, cuya lectura había empezado la noche
anterior. Esto arruinó mi salud, de tal forma que,
durante varios años de mi vida, parecía estar al
borde de la tumba. Por eso siempre aconsejaré a
los jóvenes que hagan lo que puedan y no más. La
noche se hizo para descansar. Y, fuera del caso de
necesidad, nadie debe dedicarse a estudios,
después de cenar. Un hombre robusto resistirá
durante algún tiempo, pero acabará por dañar más o
menos su salud>>.
La tenaz memoria de Juan era un don
extraordinario que Dios le había concedido. El no
dejó enmohecer este tesoro, sino que lo
perfeccionó con el continuo ejercicio, estudiando
no sólo los puntos principales de los libros, sino
el libro entero, desde el primer renglón hasta el
último, fijándose especialmente en los textos más
difíciles ya fuera por la lengua, primero el latín
y después el griego, ya fuera por la construcción
de los períodos, o por la misma oscuridad del
sentido, sin cansarse jamás hasta haberse
posesionado plenamente de ello. Leía además a los
célebres comentaristas de los clásicos latinos
((**It1.319**)) e
italianos y todas las gramáticas entonces
conocidas que podía hallar a mano.
Parece que esta facultad no se debilitó en él
con el correr de los años, puesto que el último de
su vida, después de las audiencias de varias
horas, solía recrear a sus dos secretarios
recitando algún terceto de Dante o alguna octava
real de Tasso: después se detenía de pronto, como
si no recordara los versos siguientes, e invitaba
a sus oyentes a seguir; lo que no siempre sabían
éstos hacer, y entonces él les apuntaba sugiriendo
el primer verso, y si aún quedaban estancados,
continuaba él, sin más, la parte del poema hasta
el fin, como si la tuviera ante los ojos. Esto era
para él una distracción; y los secretarios que así
lo entendían, empezaban a veces ellos mismos a
recitar cualquier estrofa del final o del medio de
un poema, que don Bosco nunca se encontraba
embarazado para continuar. Dos meses antes de su
muerte, iban con él en coche don Rúa y su
secretario; cayó la conversación sobre ciertos
pasajes de historia sagrada, que sirvieron a
Metastasio de argumento para uno de sus dramas. Y
él, el venerando Padre, se puso a declamar con
gusto y sin errar, las escenas más emocionantes de
este autor. Y eso que desde los cursos del
gimnasio no había abierto más aquellos libros.
De aquí tomaba don Bosco ocasión para animar a
sus jóvenes clérigos a estudiar mucho y a aprender
muchas cosas de memoria, aun al pie de la letra:
-Adquirid muchos y variados conocimientos,
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